Hace ya algunos meses, en nuestro artículo sobre la historia de la Dehesa de la Villa esbozábamos sus orígenes como Dehesa de Amaniel. Nos ocupamos hoy de un árbol centenario que pervive en los jardines de la antigua Universidad Central (calles de San Bernardo y del Noviciado), vivo ejemplo de lo que pudo ser la vegetación de la Dehesa primitiva. Nos servimos para ello de los artículos de Andrés Revilla y Conchy Navarrete, a los que agradecemos sinceramente su colaboración. Andrés es colaborador habitual de nuestro blog: su serie Botánica para todos en la Dehesa de la Villa nos acerca periódicamente de forma amena y sencilla curiosidades sobre la vegetación de la Dehesa. Por su parte, Conchy es una estudiosa y una entusiasta de Madrid y ha publicado varios artículos sobre diversos temas históricos; además, nunca olvidaremos que fue con ella con quien organizamos, para su Asociación Amigos del Foro Cultural de Madrid, la primera visita guiada que hicimos como Asociación de Amigos de la Dehesa hace ya algunos años.
Persistencia de un arbol en un espacio verde del S. XVIII: la encina de Amaniel
Quercus ilex subsp. ballota.
Andrés Revilla, reproducido con permiso del autor.
La Dehesa de Amaniel o de la Villa toma su nombre del ballestero de Enrique II Lope de Amaniel, guarda mayor de los terrenos, por aquel entonces de caza y poblados de bosque, donde posteriormente se localizarían el monte y Dehesa de Amaniel. La Dehesa era parte de las tierras donadas en 1152 por el monarca Alfonso VII a la Villa de Madrid, según privilegio otorgado por este en Toledo el 1 de mayo. La primera referencia al lugar aparece en una sentencia de 1434, en la que se hace mención a una serie de apropiaciones habidas en los montes de Amaniel y Cantarranas.
De esta antigua dehesa no queda hoy sino su sombra, conocida como Dehesa de la Villa, en el noroeste de la ciudad. La dehesa de Amaniel ocupaba en tiempos una amplia zona uniforme de encinar carpetano y hacía de nexo entre los encinares de la actual Casa de Campo y los de El Pardo, Club de campo, Soto de Viñuelas y Cuenca Alta del Manzanares.
Fiel vestigio de aquellos encinares nos ha quedado esta maravillosa encina de 18 metros de altura y exquisita formación. Su edad puede rondar los 350-300 años. Se ubica en lo que fueron las huertas del antiguo Noviciado de padres jesuitas de San Bernardo, sobre cuyo solar se levantó posteriormente la Universidad Central.
Como resto de aquellas huertas han quedado también un hermoso, aunque dañado moral (Morus nigra) y un olivo (Olea europaea) de variedad indeterminada.
Aparece en el catálogo de árboles singulares de la Comunidad de Madrid como encina de la antigua Universidad Central de San Bernardo.
La encina del Noviciado.
Conchy Navarrete, publicado en Amigos del Foro Cultural de Madrid, Num. 4 - Primavera 2007. Reproducido con permiso de la autora.
Esta zona de Amaniel de grandes y frondosos bosques que existió en tiempos de Felipe II, fue la cuna de esta Encina centenaria testigo durante casi 400 años de romances, duelos y dramas de enamorados.
Sus antepasadas en épocas primigenias abarcaban una extensión que ocupaba más de las tres cuartas partes de la superficie madrileña. Este lugar se extendía desde la Moncloa hasta el Arroyo del Valnegral o Abroñigal donde hoy contemplamos joven y grandiosa La Castellana. La cercana Alcantarilla de Leganitos que pasaba al final de la calle de los Reyes aplacaba su sed en los calurosos veranos madrileños, y se bañaba con el agua de las torrenteras que bajaban por la calle de Amaniel, calle que dio nombre a todo un barrio cuyo origen se debe a Don Lope de Amaniel, ballestero de Enrique II de Castilla. Posteriormente dio paso a grandes fincas o pueblas entre las que comenzó a destacar la Dehesa de Amaniel.
Hasta el río Manzanares llegaban las huertas de El Noviciado. En el siglo XVI esta zona se consideraba fuera de los límites de la ciudad. Un siglo más tarde, iniciando Felipe III su reinado, comienza un profundo cambio ocupando sus tierras conventos e instituciones religiosas. Así nacieron nuevas calles con evocadores nombres, Aunque os pese, Enhoramala vayas o Sal si puedes, calles llenas de misterio y romanticismo con pasado de duelos, espadas y pleitos.
Nuestra encina es testigo de construcciones y derribos de casas, palacios, iglesias y conventos. [...]. Ella es madrileña castiza nacida en las huertas del antiguo Noviciado y criada en pleno barrio de Amaniel. Ha estado siempre mimada y acompañada por tres edificios de lujo que la protegen del frío aire de nuestra sierra, la antigua Universidad Central, el Instituto Cardenal Cisneros y el Conservatorio de Música.
Las raíces de esta encina, Quercus ilex, que es su verdadero nombre de pila, proviene de la familia Fagaceae. Tiene una altura de 18 metros, el diámetro de su copa es de 19,5 y la de la base 2,80, siendo la circunferencia normal de 2,40. Posee un porte bien repartido y forma su cruz a los seis metros del suelo. Las ramas son ligeramente péndulas. Por fortuna, a lo largo de su existencia ha padecido muy contadas podas. Aunque posee un estado de conservación muy bueno, dada su avanzada edad acusa las deficiencias físicas de un árbol longevo. Una herida en la base del tronco amenazó su existencia, pero afortunadamente cicatrizó rápidamente. A principio de los años noventa, y ante el riesgo que suponía la presencia del tráfico rodado en sus inmediaciones, se propuso acotar la proyección de su copa. Esta medida fue rápida y felizmente ejecutada, salvándola de un deterioro paulatino y de una muerte segura.
(Foto: Amigos del Foro Cultural de Madrid, 2007) |
Esta encina es el único vestigio de un enorme y frondoso bosque que se extendía desde la Moncloa hasta el arroyo Valnegral (actual Plaza de Castilla), como queda dicho. Este bosque, que era lugar habitual para reyes y cortesanos, fue paulatinamente adehesado, momento en el que nace nuestra protagonista. Se desarrolló junto a eras de cultivo formando la famosa Dehesa que constituyó el pintoresco paisaje de la época, y que formaba un continuo con la Casa de Campo. Otras compañeras que fueron plantadas en la misma época no sobrevivieron.
En la actualidad la encina se venera como árbol ilustre y protector. Los escritores antiguos nos hablan de ciertos bosques sagrados, algunos de los cuales se conservan hoy. En muchos de los pueblos de España, en localidades castellanas (en Soria y Burgos) ciertas encinas de gran tamaño eran el punto de reunión de las mujeres de un valle o concejo que discutían sobre sus problemas, sin que los hombres pudieran estar presentes, se llamaban a estos árboles “encinas de la mujer”...
Cuentan los vigilantes del parking que esta magnífica encina da una cosecha de enormes bellotas que harían la delicia de más de un cerdo ibérico.
Durante más de 400 años se suceden los romances, los duelos, Felipe II, Madrid de villa a capital, bosques, arroyos, dehesas, palacios, un Noviciado, la Desamortización, Fernando VII, la Universidad Central, su vida... El cielo sobre Ella, la tierra bajo sus pies...
No siempre es necesario talar un árbol para escribir la historia. Dejemos que entre sus ramas el viento suene a Madrid.
Bibliografía:
- "Árboles de Madrid". Consejería de Agricultura y Ganadería. 1984.
- Pedro de Répide "Las calles de Madrid".
- "Madrid fascículos". Espasa Calpe. 1978.
- Miguel Molina Campuzano. "Planos de Madrid siglo XVII y XVIII".
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