A las doce menos cuarto de la mañana de hoy, día dos de enero, surgió del bombo el número a que ha correspondido el premio “gordo” de la lotería de “El Niño”: el 18.693 (1). El número, premiado con 500.000 pesetas, ha sido vendido en Madrid, San Sebastián y Salamanca. Lo vendido en Madrid es una serie del billete, expendida en la Administración de Loterías número 33, sita en la calle Montera 22, que regenta doña Magdalena Benavente. Lo tiene abonado para la reventa un vendedor ambulante humildísimo, José María Gancedo, anciano de unos setenta años que expende décimos por la Dehesa de la Villa y Tetuán de las Victorias.
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¡Otra vez en la calle a la caza del agraciado! Aquí empieza la verdadera odisea, por las dificultades para encontrar en aquellas barriadas a un revendedor determinado. A cuantas personas encontrábamos por la Dehesa de la Villa preguntábamos por el tal José María. Nadie lo conocía, ni guardias ni vecinos. Por fin, y cuando estábamos a punto de declararnos fracasados, nos acercamos a un quiosco de la colonia de Los Pinos y la dueña, llamada Eulogia López Obispo, fue quien nos puso en la pista: “tendrán que ir ustedes a pie. Bajan por aquí, a la derecha, a una fábrica de sombreros (3), y enfrente del tomillar, en una casita sola que la llaman la 'caja de cerillas', en el Paseo de la Dirección, allí vive José María (4)”.
Unos andurriales fangosos donde se atrancan todos los taxis, y allí se están un día o más... Saltando zanjas, bordeando obstáculos y llenándonos de barro por esos caminos intransitables llegamos adonde vive el afortunado vendedor con su hermana y el esposo de ésta: una casita de bajo techo que cualquier novelista llamaría choza. Al vernos llegar todos los vecinos nos rodean y preguntan con avidez. Al enterarse de la razón de nuestra llegada, y al conocer el número premiado con “el gordo”, su desilusión es grande porque todos juegan lotería de la que vende el señor José, y a ninguno les ha dado el 18.693. José María lleva cinco años en el oficio de repartidor de la fortuna; antes se había dedicado al comercio y fue propietario de una tienda de comestibles. Es cauto y no quiere dar señas de a quién ha vendido el billete premiado con “el gordo” (“No se venga con guasitas que yo no estoy ya pa bromas. ¡Nos amolao el pollito este!, a lo mejor no es verdad que ese número esté premiado y me busco yo un lío por haber mentido. Yo lo he vendido en décimos sueltos. Sé quiénes los tienen pero no quiero decírselo”).
Tras más de media hora de insistencia por nuestra parte, de la mujer y los vecinos, por fin el hombre se decide y entra a por una libreta donde están consignados los nombres de los que le han comprado décimos: cuatro décimos los juega Mateo Sanz, que vive en Salmerón (Guadalajara) y que desde hace mucho tiempo compraba este número a José María. Otro décimo lo vendió a Eusebio Torre, dueño de un almacén de vinos de la calle Covadonga, 8 (Tetuán de las Victorias) (5). Otro, a un cartonero de la calle Berruguete, de dicho pueblo, que ignora cómo se llama. Otro, al tintorero Clemente del Hierro, de la misma calle. Y tres décimos a un individuo del que no sabe más que se llama Román y vive en la calle Cardenal Cisneros. “¿Pero usted llevaba algo?” –preguntamos al vendedor-. “¡No! ¿Sabe usté? ¡Yo no llevaba nada!, pero estoy muy contento porque la pescadera, la del 8, no quiso jugar en este número. ¡Se lo dije muchas, muchas veces, y no quiso! ¡¡Que se amuele!!” –y José María, el pobre hombre, agita las manos y hace con ellas toda clase de signos cabalísticos-.
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Nos acompaña José María a encontrar a los afortunados poseedores de los décimos. Calle de Berruguete, esquina a la de Covadonga, almacén de vinos propiedad de Eusebio Torre. La grata noticia había congregado en la taberna a numerosos vecinos y amigos que celebraban la suerte del tabernero. Dentro de la tasca, indescriptible cuadro: cogen al viejo, nos lo zarandean, le dan a beber vino; toda esta gente bebe y bebe sin medida: tocan a emborracharse. Como el tabernero no estaba, su esposa, que estaba despachando vino en el mostrador con un chiquillo en brazos, nos cuenta que su marido sólo jugaba la mitad del décimo porque las otras siete cincuenta se las había cedido a su amigo Jorge Guijarro, portero de la casa número 25 de la calle Berruguete. Llega el tabernero y todo son felicitaciones, abrazos y algazara. Ya llega también a la tasca la portera del 25. La trae en volandas la chiquillería. “¿Cómo se llama usted?” –le preguntamos. “Julia Barbero Valiente. Yo no jugaba nada pero mi marido sí. Siete cincuenta, ¿sabe usted? Solo que le dimos diez reales de ‘praticipación’ a un muchacho del pueblo que lo tenemos en casa; se llama José Polo, es de Salamanca, ¿sabe usted? Le han venido estupendamente estos miles de pesetas que le han tocado. Ya tiene para arreglarse una casa modestita, porque se va a casar dentro de poco”.
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Conseguido nuestro propósito, salimos de aquella taberna y nos vamos a buscar a otros favorecidos por la suerte. Cuando íbamos a continuar con nuestra información se presenta el dueño de una fábrica de aserrar maderas de la calle Covadonga. Este es un joven que se sale del cuadro: lleva corbata. Se llama Manuel Rodríguez y nos enseña una participación de cinco pesetas; como es poca la cantidad que le toca, la invertirá en ampliar un poquito el negocio. Por allí llega también el tintorero, Clemente del Hierro, que es quien le había cedido a Manuel la participación. Es un tipo robusto y viene acompañado por dos mujeres de la familia. “¿Qué piensa hacer usted ahora?” –le preguntamos-.
“¡Pchs...! Seguir viviendo...”.
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Aparece por último el cartonero cuyo nombre no recordaba el revendedor. Se llama Faustino Díaz y juega, del décimo que compró, sólo seis pesetas; el resto lo repartió entre sus familiares y una participación de dos pesetas dio a Rosario Espinar, que trabaja en su taller, y otra de una cincuenta a un mocete que igualmente trabaja en casa de Faustino.
El tal Román de que nos habló el vendedor, el que vivía en la c/ Cardenal Cisneros, se apellida Rodríguez y es descargador en un almacén de coloniales. Está comiendo cuando llegamos a su casa. No juega tres décimos como nos había dicho José María, sino uno. “Hasta ahora no había tenido mucha suerte con el 18.693 –dice Román– porque tan solo me habían tocado 30 pesetas hace próximamente un año”. Román ha cedido dos pesetas a su amigo Bernardino García, quien llevaba abonado al número muchos años y le había traspasado los derechos a Román hacía poco más de un año; “cuando los décimos son de poco valor, lo juego íntegro yo sólo, pero cuando es más de cinco pesetas cedo participaciones a los amigos” –nos confirma Román.
Buscamos a los partícipes de los dos décimos restantes que no tenía Román y, después de muchas indagaciones, averiguamos que uno lo juega íntegramente un panadero llamado Manuel Martínez, que vive en la calle del Acuerdo (Huerta del Obispo (9), de Tetuán) y otro se ha jugado en una cantina de la calle de O’Donnell (Tetuán) (10), repartido entre varios parroquianos en pequeñas participaciones: Jesús Gómez, que juega dos pesetas; Serafín Ruipérez, dos pesetas; Alfonso León, tres pesetas; y Sebastián del Olmo, una peseta. El resto hasta completar el décimo, lo tienen diferentes parroquianos cuyos nombres no recuerda el tabernero.
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Notas:
(1) Como un guiño al carácter festivo de estas fechas, nos hemos permitido la licencia de redactar este artículo como si el suceso hubiera acontecido hoy mismo. Por si acaso no hubiera quedado suficientemente claro, añadiremos que el texto está entresacado literalmente de varias noticias aparecidas en la prensa de los días 2 y 3 de enero de 1930. En aquella época, el sorteo extraordinario de "El Niño" se celebraba el día dos de enero, en lugar del día seis como en la actualidad. Otros tiempos, pero parecidas costumbres alrededor de los sorteos navideños y similar cobertura por los medios de comunicación.
(2) Arriba, montaje de elaboración propia a partir de un décimo original de 1930 en todocoleccion.net. Debajo, listado completo de los números premiados, aparecido en El Sol, 3-enero-1930 (Hemeroteca BNE).
(3) Podría tratarse de la actual clínica Isadora en c/ Pirineos, que en su día fue fábrica de sombreros de paja.
(4) En algunos periódicos se afirma que el revendedor vivía en la calle Federico Rubio, 30; recordemos que la actual Avda. del Dr. Federico Rubio y Galí fue anteriormente el Paseo de la Dirección.
(5) La calle Covadonga fue absorbida por la calle Lope de Haro en 1998 y, para ser exactos, habría que aclarar que pertenecía al término municipal de Madrid. Nótese igualmente el posterior error en llamar pueblo a Tetuán de las Victorias: administrativamente hablando, Tetuán era una barriada del municipio de Chamartín de la Rosa.
(6) Foto: Luque; Heraldo de Madrid, 1930; Hemeroteca BNE.
(7) Foto: Alfonso; El Sol, 1930; Hemeroteca BNE. El apellido del pie de foto no es el correcto: dice Torres cuando debería ser Torre.
(8) Foto: Alfonso; La Voz, 1930; Hemeroteca BNE.
(9) La Huerta del Obispo era una antigua huerta situada en lo que hoy es el parque de Agustín Rodríguez Sahagún. Daba nombre a la barriada de alrededor, aproximadamente lo que en la actualidad es la parte baja del barrio de Berruguete, y que por aquel entonces se repartía entre los municipios de Madrid, Fuencarral y Chamartín de la Rosa (Tetuán). La calle del Acuerdo se corresponde con la actual c/ Saúco.
(10) Antes de la anexión de Chamartín de la Rosa a Madrid, la calle Bravo Murillo en su tramo por Tetuán se denominaba C/ O’Donnell.
(11) Foto: Alfonso; La Voz 1930; Hemeroteca BNE.
Lo que queda de aquello.
A la izquierda, antiguo Tinte Bellas Vistas, en la calle Berruguete. Según el directorio de negocios del Ayto. de Madrid, el titular es Clemente del Hierro, lo que nos hace suponer que fue del tintorero mencionado en el artículo.
(Foto: A. Morato, 2011)
A la derecha, arriba, esquina de la calle Lope de Haro con Berruguete, justo donde antiguamente comenzaba la calle Covadonga. Hoy reemplazado por otro moderno negocio de hostelería, hasta hace poco allí estuvo el Bar Torre. Conseguimos contactar con un nieto del dueño de la bodega mencionado en el artículo: nos indicó que el nombre correcto de su abuelo era Eusebio Torre (y no Torres como aparecía en algunos periódicos); nos confirmó igualmente que allí fundó su abuelo Casa Torre, la bodega familiar que posteriormente a mediados de los años 40 pasaría a su padre.
(Foto: Google Maps, 2008)
A la derecha, debajo, la última de las casas antiguas (1910) que queda en pie en la calle Saúco, antes Acuerdo. Nos permite evocar cómo era la barriada de la Huerta del Obispo en la época en que fueron agraciados con el premio gordo de la lotería.
(Foto: Google Maps, 2008)
Lo que queda de esa época es mucho. la ilusión de los agraciados y la grandeza de poder repartir esa suerte entre tantos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Preciosas palabras que sirven de perfecto colofón para el artículo.
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