Blog de la Asociación Cultural Amigos de la Dehesa de la Villa
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Antonio Escobar Burgos, vecino y Amigo de la Dehesa de la Villa

23 de abril de 2012

En recuerdo de nuestro amigo y socio Antonio, que nos dejó el pasado mes de febrero.

El pasado 18 de febrero fallecía, a los 89 años de edad, Antonio Escobar Burgos. Con él perdemos a uno de nuestros primeros socios y más entusiastas seguidores. Admirador y halagador de la actividad que realizamos en defensa de la Dehesa de la Villa, estaba siempre dispuesto a contribuir apoyando a la Asociación a través de las publicaciones que vamos editando.

Empresario de éxito, doctor en Derecho y profesor de Derechos Humanos en Alcalá de Henares, mecenas y amigo de artistas, no nos extendernos en su biografía. EL PAÍS, periódico al que estaba vinculado como uno de los primeros accionistas de PRISA, ha publicado dos necrológicas: Antonio Escobar, un espíritu libre (Álvaro Martínez-Novillo, 24-febrero-2012) y Antonio Escobar Burgos, abogado y empresario (Diego Hidalgo, 8-marzo-2012). Asimismo, su hijo Pablo está realizando un blog sobre la figura de Antonio Escobar. Quien lo desee, encontrará allí más datos sobre su vida y podrá acercarse a la enorme dimensión humana de Antonio.

Antonio Escobar al lado del busto de Antonio Machado, del que tenía una copia en el jardín de su casa.
(Foto: autor desconocido, años 70-80; cedida por Antonio Escobar)

Nosotros le recordaremos en su casa “El Torreón” de la calle Pirineos, tan ligada a la Dehesa de la Villa y sobre la que algún día tendremos que escribir un artículo monográfico. Siempre nos abría las puertas para recibir a las personas venidas de otras partes de Madrid cuando hacíamos las rutas guiadas por la Dehesa.

Antonio Escobar, gorra de plato negra y gabardina beige, muestra su casa durante la vista guiada que Adolfo Ferrero realizó para el CC Clara del Rey.
(Foto cedida por el CC Clara del Rey, enero 2011)

Allí, en “El Torreón”, o “El Castillo”, como también se conoce a la casa, nos contaba recuerdos de la Dehesa y nos recitaba poesías de Antonio Machado, por el que sentía especial admiración y cuyo busto presidía el jardín de su casa. Era una delicia escucharle.

El busto de Machado en el jardín. De él decía Antonio Escobar: “Nuestro íntimo amigo y gran escultor Pedro Barral, hermano de Emiliano, esculpió para nosotros con piedra rosa de Sepúlveda la copia de este busto que preside el rincón más bello nuestro jardín. Y cada mañana cuando abro la puerta de la casa, desde el descansillo de la escalera que a él conduce, mi primer saludo es para Don Antonio. Le deseo los “Buenos días” y repito siempre el estremecedor mensaje de “esperanza-desesperanzada” que transmiten estos tres versos: ‘Confiemos / en que no será verdad / nada de lo que sabemos’”

También queremos recordar a Antonio a través de las felicitaciones de Navidad, Pascueros, como él los denominaba, que puntualmente nos enviaba todos los años. Eran sus Pascueros entrañables tarjetas en cuya elaboración participaba toda la familia. A través de ellos, Antonio, además de felicitarnos las Pascuas y el año entrante nos daba noticias de hijos, nietos y bisnietos, desgranaba sentimientos y nos transmitía su especial visión del mundo. Como ejemplo, sirva este poema que nos envió en las Navidades de 1982, en recuerdo y homenaje a uno de sus compañeros durante la Guerra Civil.


No podemos terminar sin mencionar a su esposa, Julia Moreno Hilera (1919 – 2006), nacida en el entonces Tetuán de las Victorias y amante también de nuestra Dehesa de la Villa, a la que dedicó un capítulo de su libro de memorias infantiles y de juventud “Historias de la abueluchi”: “En mi colegio teníamos el privilegio de que un día hacíamos una excursión a la Dehesa de la Villa [...]. ¡Era nuestro vergel! Como quedaba cerca, íbamos andando. De dos en dos, y con nuestro uniforme blanco y un gran lazo en el pelo, la gente nos miraba pasar como a un grupo de palomitas disciplinadas. Llevábamos nuestra comida –tortilla, chuletas, pimientos fritos y fruta-. Por la tarde, cuando nos recogían nuestras familias en el colegio, alborotadas y con los lazos torcidos, ya no éramos ese ejército de palomitas, sino un montón de niñas cansadas pero felices”.

Es para nosotros un honor haber conocido y admirado a Antonio Escobar. Decía Diego Hidalgo en su necrológica, “con él va muriendo una generación que ha sido fundamental en la historia de España y con la que estamos en deuda”. Para saldar la nuestra, permítasenos incluirle como uno más dentro de nuestra serie
Personas ilustres en la Dehesa de la Villa:
- Ramón y Cajal y su cigarral de Amaniel
- Antonio de Zulueta un pionero de la genética en la Dehesa de la Villa / La Dehesa, la retama, el escarabajo y el cromosoma
- Ofelia Nieto y Ángeles Ottein, dos sopranos en la Dehesa de la Villa
- Antonio Escobar Burgos, vecino y Amigo de la Dehesa de la Villa
- J. M. Caballero Bonald: un poeta premio Cervantes en la Dehesa de la Villa
- Pablo Guerrero: cantautor y poeta

Botánica para todos en la Dehesa de la Villa (X)

16 de abril de 2012

Nueva entrega de la serie Botánica para todos... en la que Andrés Revilla nos habla de los madroños.

"El Madroño, Arbutus unedo.
Tal vez uno de los arbolillos más ibéricos, el madroño es un amante de las brisas húmedas y los ambientes templados, de los veranos frescos y los inviernos suaves. Indiferente al tipo de suelo el madroño trepa riscos o medra en valles profundos. Para colonizar las rocas le ayuda su fruto, devorado por los animales, deliciosamente embriagador y de cuyas propiedades luego hablaremos.

Siempre verde y siempre adornado, su fruta le acompaña durante todo el año, pues lo emplea entero para madurar de un invierno a otro, época en la que echa las flores.

(Foto: A. Revilla, 2002)

Su aspecto lauroide delata su carácter subtropical y su origen en el Terciario, cuando Arbutus preunedo vivía en bosques de laurisilva tal como lo hace hoy Arbutus canariensis en la espesura de las selvas canarias.

Pertenece a la amplia familia de los arándanos, brezos, gayubas y brecinas, las ericáceas, siendo su representante europeo de más porte. Allí donde le dejan adquiere una copa compacta y un tronco vigoroso, conociéndose algunos ejemplares de hasta catorce metros de altura.

Puede legar a ser dominante y formar bosques espesos y uniformes, impenetrables y compactos, con un dosel de diez metros o más y un suelo siempre lleno de hojarasca y rica fauna siempre a la busca de su abrigo y humedad. Buenos ejemplos de madroñal los encontramos en Salamanca (El Madroñal, con 80 ha), Montes de Toledo y Cabañeros y el noroeste de Badajoz.

Empleo medicinal.
Ya hemos comentado que el fruto es embriagador. En realidad no lo es, aunque los síntomas de su excesiva ingesta sean similares. La arbutina es un complejo que afecta al cerebelo y provoca náuseas, desequilibrio, mareos y dolor de cabeza. A nivel intestinal su efecto diurético es algo más débil que el de la gayuba, con la que comparte la subfamilia Arbutoidea. En ambos el arbutósido se desdobla al contacto con las bacterias intestinales y libera hidroquinona. Esta actúa como antiséptico de las vías urinarias. Es además un buen detoxicante para la sangre. Su ingesta, sea en decocción de corteza u hojas o como fruta debe ser siempre moderada. El nombre latino de Arbutus unedo significa literalmente “arbolillo come uno” (unum edo), aludiendo a no comer en exceso para no “embriagarse”.

Usos más desconocidos.
Aunque afamado, el licor de madroño no es tradicional. No pasa de 30 años su fabricación en Madrid, donde en el barrio de Lavapiés empezó a comercializarse esta bebida en un pequeño local donde además hacían pastelería con su fruto. No es un licor al estilo del pacharán obtenido por maceración. El licor de madroño se obtiene destilando la fruta rica en azúcares.

Mal combustible en fresco, el carbón de madroño, conocido como breña, es de una calidad excelente y causa directa de la poca presencia del arbolillo. Al igual que su pariente el brezo blanco, el madroño debía dominar grandes extensiones en un pasado del que ya quedan pocos ejemplos. El nombre vasco gurrbiz significa “leño vivo”, en clara alusión a la energética manera de arder. En Castellón se ha recogido un refrán relacionado con su combustión que dice así: “Si quieres mal a tu mujer, llévale leña de madroño”, aludiendo a lo mal que arde en fresco. Este pirófito mediterráneo es capaz de rebrotar de raíz y cubrir rápidamente una zona abrasada con miles de chirpiales, siendo un eficaz autorrestaurador de su hábitat.

El uso más elaborado que conocemos es el documentado en 1811 en Orense sobre la extracción de azúcar de sus frutos hasta el punto de conocerlo como “árbol del azúcar”.

Su corteza se ha usado como curtiente de pieles. Su raíz tiñe de amarillo y su corteza de gris.

Usos jardineros y reproducción.
Si lo que queremos es llenar el monte de arbolillos debemos recoger frutos maduros y limpiar la pulpa con agua y una batidora. Las semillas obtenidas se extenderán en un semillero de unos 8-10 cm de profundidad y se cubrirán ligeramente. Con humedad continua el madroño germina en primavera. No debemos tocar las plántulas hasta que tengan al menos un año y su tallo se encuentre lignificado. Si las tocamos en estado herbáceo las jóvenes plantas morirán sin remedio. Su rápido crecimiento nos regala arbolillos de tres años con medio metro de altura, aptos para llevar al monte y verlos crecer.

Se puede encontrar en viveros especializados una bonita variedad de madroño conocida como “rubra” cuyas flores son de color rosado y otra denominada “minima” de porte enano. Además es posible encontrar especies foráneas como Arbutus canariensis y sobretodo A. x andrachnoides, de corteza rojiza y muy lisa, con un bello ejemplar en el Real Jardín Botánico de Madrid. Menos común es A. menziesii y A. hybrida. Aprovecharemos a decir que el género lo componen 24 especies distribuidas en el hemisferio norte: A. unedo en Europa occidental, A. canariensis solo en Canarias, tres especies más en Eurasia y el resto en Norte y Centroamérica.

En la Dehesa ha sido plantado en diferentes localizaciones, encontrándose los mejores ejemplares cerca de los cedros y alcornoques que hemos mencionado en otros capítulos de la serie.

Siempre que se escribe sobre el madroño hay que hablar de Madrid, por lo del escudo. Es sabido que en Madrid provincia el madroño escasea mucho. En un pasado debió abundar más. Como testigo queda el topónimo Madroñal, aplicado a un monte de 844 m situado junto al río Aulencia en Villanueva del Pardillo y con una buena representación de la especie, aunque la finca es privada y no se puede visitar. Merece la pena acercarse a ver el ejemplar de la plaza de la Lealtad.

Nombres vulgares.
No le faltan a nuestro arbolillo nombres propios. Su extremada variedad refleja la heterogeneidad de nuestra cultura y el enorme saber popular de la gente de campo.

Castellano (que no sólo en Castilla): Madroñero-a, madroña, madrollo, merodo, albocera, alborocera, aborío, borto, albornos.

Portugués y gallego: Medronheiro, ervedo, ervedeiro, herbedo, érbedo, erbedro, erbedeiro-a, bedreiro, bedeiro, morongueiro, moroteiro, morodeiro, amorote, morote, morodo, ambrolo. Meisueiro en El Caurel.
Asturias: Calbedro, arbedeiro, borrachinal, caxigo, muérdano, yérbode.

Catalán: Arboc, arbocer, arbocera, arboçó, alborcó, alborcer, calboix, albrocer, alberconer, ambrocer, llipotet, llipoter, llicutet, cirerer de arboc, cirerer de llop, cirerer de pastor.

Eusquera: Gurrbiz, gurrbits, gurrbis, gurrbiski, gurrguski, kurrpits, kurrpiti, kurrpitz, kurrkuts, kulubiz, burrbutx, burrbuz, burbuza, burbiz, burguiz, burgux, kaudan, kaudana, ania-mania, animania, gurbistondo.

León: Madroño, madroñera, madroñal, madroñero, albornio, arbedeiro, hérbedo, alolico, alborto, muerganal, abortal, aborio. Merodo es propio de Villafranca de El Bierzo.

Asturias-León: Borrachinal, borrachineiro, marojo.

Andalucía: Arbusto.

Badajoz: Beduño

Mallorca: Arbossera

Menorca: Arbosser.

Navarra: Modrollos, berrubiete.

Aragón: Modrollera. Alborcel en Huesca.

Valencia: Alborsera.

La fruta: madroño, muérgano, borrachicos, borrachines, aloboniu, muédranos. Ameixos en El Caurel.

La flor: Flor de borrachin (Cabo de Peñas).

El bosque: albortal, albornial, alborocera, madroñal.

Los nombres madroño, morote y similares, provienen del prerromano “morotonu” y su variante “morotoneu”. Tal vez este nombre se relaciona con el bereber “árbol del morabito”, madroños retorcidos sobre os que cuelgan ofrendas los desafortunados con deformaciones corporales.

En eusquera borobil significa esférico y en castellano una borla es un adorno textil esférico denominado también madroña, muy popular en los trajes goyescos madrileños. Tenemos pues una posible relación entre borla-borto-albornio-abortal.

En bable se denomina marojo también al muérdago, cerrando así otro círculo de relaciones entre marojo y muérdago con marojo-muérgano y madroño.

Hasta la próxima cita."


Serie Botánica para todos en la Dehesa de la Villa:
- I - Flores y semillas de olmos y fresnos
- II - Forsitia o campanilla china
- III - Floración de los cipreses
- IV - Floración de los almendros y los ciruelos rojos
- V - Floración de las praderas
- VI - Los pinos de la Dehesa
- VII - Veronica chamaepithyoides: planta desaparecida
- VIII - Cedros
- IX - Encinas
- X - Madroños
- XI - Retamas
- XII - Acacias
- XIII - Pinos caídos en la Dehesa de la Villa
- XIV - Álamos

El viaje de agua de Amaniel

8 de abril de 2012

"Seguro que alguna vez, paseando por la Dehesa de la Villa, nos habremos preguntado por el significado de sus capirotes de granito. Quizá no sepamos que son parte integrante del antiguo viaje de aguas de Amaniel, también conocido como viaje de aguas de Palacio. Comenzamos hoy con una serie de entradas del blog en las que iremos dando a conocer algunos de los aspectos más relevantes de esta joya de la ingeniería hidráulica."

Es para nosotros motivo especial de satisfacción poder contar con la colaboración de expertos que nos ayuden en nuestra labor de divulgar los valores históricos y ecológicos de la Dehesa de la Villa. Tal es el caso del artículo que traemos a continuación sobre el viaje de agua de Amaniel, para el que hemos contado con la inestimable colaboración de Pedro Martínez Santos, socio de los Amigos de la Dehesa de la Villa.

Profesor Titular de la Facultad de Ciencias Geológicas de la Universidad Complutense de Madrid, Pedro Martínez Santos es experto en Hidrogeología, tema sobre el que ha desarrollado numerosos estudios y sobre el que tiene editadas gran número de publicaciones. Agradecemos sinceramente a Pedro Martínez Santos esta primera colaboración que deseamos tenga continuidad.

El viaje de aguas de Amaniel: seña de identidad de la Dehesa de la Villa

© del texto, Pedro Martínez Santos, reproducido con permiso del autor. Cualquier uso posterior de este material por terceros deberá ser aprobado expresamente por el autor.

Para entender el viaje de aguas de Amaniel en su contexto, es importante saber primero qué eran los antiguos viajes de agua de Madrid y cómo funcionaban. Los viajes eran túneles subterráneos destinados a la captación y conducción de agua freática: no en vano, el nombre de viaje es una contracción madrileña del latín via aquae (“camino del agua”). Podían llegar a medir varios kilómetros de longitud y tenían una profundidad máxima de cuarenta o cincuenta metros. Esta profundidad era suficiente para alcanzar el nivel del agua en el subsuelo, lo que hacía que esta se infiltrase directamente desde el terreno a las galerías.


Galería de conducción del viaje de agua a su llegada al arca de Amaniel.
(Foto: A. Ferrero, 2005)

Los viajes habitualmente nacían en el extrarradio, en zonas con suficiente desnivel topográfico con respecto a la ciudad como para que el agua captada pudiera circular hasta ella por gravedad. Solían tener su origen en zonas de pequeños manantiales, puesto que estos constituían una garantía inequívoca de la presencia de agua en el subsuelo.

Para construir un viaje se excavaban primero una serie de pozos verticales, que se prolongaban hasta alcanzar el nivel freático. Estos se iban uniendo después por la base mediante un túnel lo suficientemente grande como para permitir el paso de una persona. Mediante un ingenioso sistema de nivelación del terreno, las galerías de unión se construían para que el extremo más cercano a Madrid quedase siempre más bajo que el resto. Se conseguía con ello que el agua fluyese siempre en dirección a la ciudad. Así, las galerías actuaban como canales subterráneos de captación y conducción.


Los viajes consistían en galerías subterráneas ideadas para recoger agua freática por infiltración. Eran construidas con la suficiente profundidad, inclinación y desnivel topográfico como para conducir el agua por gravedad desde las afueras hasta Madrid. Por “afueras” debemos entender lo que hoy son distritos de la ciudad como Chamartín o Fuencarral, ya que el crecimiento de Madrid por el norte estuvo limitado por la cerca de Felipe IV –calles de Alberto Aguilera, Carranza, Sagasta y Génova– hasta finales del siglo XIX.

Concluida la construcción del viaje, los pozos verticales servían como puntos de acceso para tareas de mantenimiento y limpieza. Su entrada se tapaba para reducir el riesgo de contaminación y evitar la caída de personas o animales. En muchas ocasiones, la cubierta tomaba forma de “capirote”: una losa piramidal de granito de aproximadamente un metro de alto por un metro de ancho. Aunque la mayoría de estos capirotes han desaparecido, todavía encontramos algunos ejemplares integrados en el paisaje urbano de Madrid. Por su número son destacables el conjunto de la Dehesa de la Villa, perteneciente al viaje de aguas de Amaniel, y el del Parque de la Ventilla, posiblemente asociado al antiguo viaje de la Alcubilla.

Los capirotes de la Dehesa de la Villa, pertenecen al antiguo viaje de aguas de Amaniel. Los capirotes eran losas de granito de forma piramidal que servían para cubrir las chimeneas verticales de acceso.
(Foto: Pedro Martínez Santos)

Con el tiempo, el paso del agua dañaba los laterales y las esquinas de las conducciones, favoreciendo los derrumbamientos. Además, por la propia naturaleza del método de captación, era inevitable que el agua procedente del terreno llegase a la galería con cierta carga de sólidos en suspensión. Para contrarrestar ambos problemas era habitual construir depósitos en los codos. Estos depósitos –comúnmente conocidos como “arcas” o “cambijas”, según estuvieran bajo el suelo o en superficie– rompían la fuerza de la corriente y facilitaban la decantación de finos. También se usaban para distribuir el agua directamente a la población, principalmente a través de las muchas fuentes repartidas estratégicamente por la ciudad. Algunas de las fuentes más conocidas fueron la Fuente del Berro –a la que se atribuían propiedades medicinales–, la de los Caños del Peral, o la de la Salud.

Los viajes de agua suministraron agua potable a la capital durante casi un milenio: desde los tiempos de la dominación musulmana hasta entrado el siglo XX. Su abandono y destrucción tiene su origen en la puesta en operación del imponente acueducto del Canal de Isabel II, que consiguió traer las aguas del Lozoya por primera vez a la capital en la segunda mitad del siglo XIX.

El viaje de aguas de Amaniel es una auténtica joya de la ingeniería hidráulica cuyos vestigios podemos visitar en el entorno de la Dehesa de la Villa. Fue construido en torno a 1613 para proporcionar agua al Alcázar de Madrid –hoy Palacio Real– y se mantuvo operativo hasta mediados del siglo XX.

Aunque el viaje de Amaniel fue propiedad exclusiva de la Corona, la negligente generosidad de los reyes hizo que terminase por surtir a algunos conventos, cuarteles y fuentes públicas, hasta el punto de ocasionar frecuentes problemas de suministro en las dependencias palaciegas. Los legajos del Archivo General de Palacio ponen de manifiesto que este fue origen de no pocos quebraderos de cabeza para los arquitectos y fontaneros del rey a través de los tiempos.

El origen del viaje bien pudo estar relacionado con el retorno de la capital a Madrid en 1606. Se han escrito ríos de tinta sobre las razones que motivaron este traslado –y el previo a Valladolid– sin que hasta la fecha haya consenso al respecto. Muchos han atribuido ambos movimientos a los intereses personales del Duque de Lerma, valido de Felipe III. Sin embargo, un grupo de estudiosos ha querido ver en el agua otra razón de peso. Es bien conocido que Felipe II, padre del citado soberano, fracasó repetidas veces en su intento de garantizar un suministro de agua corriente al Alcázar (hoy Palacio Real), como también lo es que la red de abastecimiento de Madrid atravesaba dificultades a finales del siglo XVI, lo que comprometía la expansión de la urbe. El traslado a Valladolid –“ciudad de ríos útiles y ricos manantiales” – bien pudo guardar relación con el acuciante problema del agua. Hay que tener en cuenta que la construcción de los principales viajes de los que hoy tenemos noticia tuvo lugar en las primeras décadas del siglo XVII, lo que demuestra que la ciudad destinó una enorme suma de dinero a la mejora de sus infraestructuras hidráulicas justo después del retorno de la Corte. Por ello, se ha llegado a sugerir que las reformas en la red de agua potable formaron parte de los compromisos adquiridos por la Villa para recobrar su condición de capital del Reino.

A modo orientativo, puede decirse que el viaje de Amaniel tenía dos ramales de cabecera, uno partía de la Dehesa de la Villa y el otro del Cerro de los Pinos (hoy Parque de la Ventilla). Ambos confluían a la altura del parque de Ofelia Nieto, y dirigían su caudal conjunto hasta el arca principal de Amaniel (cuyos restos se conservan en un pequeño parque de la calle Juan XXIII). Desde ahí, la galería principal tomaba camino de la calle Guzmán el Bueno, que seguía aproximadamente hasta la altura de Fernando el Católico. Se desviaba entonces en dirección a la Glorieta de San Bernardo, donde tomaba la calle del mismo nombre hasta llegar a la Plaza de Santo Domingo, la Costanilla de los Ángeles y el Palacio Real. Hay que enfatizar, sin embargo, el carácter “orientativo” de esta descripción, ya que la cartografía de los siglos XIX y XX demuestra que la traza mudó varias veces en el interior del casco antiguo. Gracias a los manuscritos consignados en el Archivo General de Palacio, sabemos también que el tramo de cabecera de la Dehesa de la Villa y el de aproximación de la calle Guzmán el Bueno no forman parte del viaje original: se corresponden más bien con las reformas realizadas por Saqueti a mediados del siglo XVIII, que dejaron inoperativas las primitivas galerías.

Del viaje de agua de Amaniel conservamos algunos restos en la Ciudad Universitaria y su entorno inmediato. Por fortuna, todos son visitables. Destaca el conjunto de ocho capirotes de la Dehesa de la Villa y la confluencia de galerías del arca de Amaniel, situada a la altura del número 46 del Paseo de Juan XXIII. Estas últimas incluyen también un pozo vertical de acceso y un pequeño capirote.


Los restos del arca de Amaniel que encontramos en la calle Juan XXIII fueron hallados durante unas excavaciones.
(Foto: A. Ferrero, 2005)

En sucesivas entradas del blog iremos revelando nuevas informaciones sobre el viaje de Amaniel. Aunque haremos frecuentes referencias a textos modernos, para ello nos basaremos fundamentalmente en las fuentes originales, es decir, en los documentos y mapas del Archivo General de Palacio.

Bibliografía y lecturas recomendadas:

- ARCHIVO GENERAL DE PALACIO. Fondo Administración General. Legajos 8-1, 14-1 y 2, 18-1.
- GUERRA CHAVARINO, Emilio. 2011. “Los viajes de agua y las fuentes de Madrid. Los viages-qanat”. Ediciones La Librería. Madrid. 442 págs.
- LÓPEZ LINAGE, Javier. 2001. “Organización y finanzas de las obras fontaneras de Madrid (1561-1868)”. Estudio inédito. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 273 págs.
- MARTÍNEZ ALFARO, Pedro Emilio. 1977. “Historia del abastecimiento de aguas a Madrid. El papel de las aguas subterráneas”. Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 14:29-51.
- MARTÍNEZ SANTOS, Pedro. “Anotaciones sobre el trazado del viaje de aguas de Amaniel o de Palacio”. Revista de Obras Públicas. En revisión para publicación.
- TROL, Carl; BRAUN, Cornel. 1974. “El abastecimiento de agua de la ciudad por medio de qanates a lo largo de la historia”; Geographica 1974:235-313.