Sobre el poblado del periodo calcolítico hallado en el barranco del arroyo Cantarranas en la Ciudad Universitaria de Madrid, lindes que fueron de la primitiva Dehesa de Amaniel.
Las terrazas y vega que el Manzanares forma a su paso por Madrid son uno de los yacimientos prehistóricos más importantes de la Península Ibérica. Ya hemos hablado aquí, al referirnos a los
mastodontes y tortugas gigantes hallados en unos
antiguos tejares próximos a la Dehesa de la Villa, de la importancia de la Cuenca del Manzanares en la Paleontología. Daremos hoy un salto de algunos millones de años para situarnos en el III milenio a.C., y llenar así otra página de la historia de la Dehesa de la Villa, a caballo entre
aquellos fósiles prehistóricos y las primeras referencias escritas a la Dehesa de Amaniel.
Ya se ha comentado aquí también que
la extensión de la primitiva Dehesa de Amaniel o de la Villa nada tiene que ver con la actual. Los límites descritos más antiguos situaban sus lindes hasta el arroyo de Cantarranas, en los terrenos que a principios del s. XIX fueron anexionados por Carlos IV al Real Sitio de La Florida y que pasarían de nuevo al Estado en 1860 para, posteriormente, formar parte de la Ciudad Universitaria.
Quede así claramente establecida la relación del poblado prehistórico de Cantarranas con la Dehesa de la Villa y de ahí el interés que para nosotros tiene.
Vista del barranco de Cantarranas durante las excavaciones del poblado prehistórico. Detrás, el viaducto de los quince ojos y, más al fondo, el Colegio de Huérfanos Ferroviarios, en plena Dehesa de la Villa.
(Foto: autor desconocido, 1930; Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid)
El periodo calcolítico o eneolítico.
El periodo calcolítico, así denominado por la utilización del cobre como materia prima, se extendió en Madrid a lo largo del III milenio a.C., entre el neolítico (VI – IV milenios antes de nuestra era) y el comienzo de la Edad del Bronce (datado hacia el 2.200 a.C.).
Ya durante el periodo neolítico se habían venido produciendo los primeros asentamientos humanos, acompañados de los inicios de la agricultura y la ganadería y los comienzos de la producción cerámica. Las cuevas se alternaban con hábitats al aire libre, apareciendo los primeros poblados a base de cabañas circulares, construidas básicamente con madera, con un hogar interior y pozo cercano.
A finales del neolítico el poblamiento se hace más intenso, especialmente a lo largo de las vegas de los ríos y en cerros desde los que se divisaba una amplia panorámica. Los primeros poblados, pequeños, asentados en lugares de fácil defensa y, en la mayoría de los casos, de carácter estacional, irían paulatinamente dando lugar a asentamientos más estables sobre emplazamientos destacados y a los que se dotaba de construcciones defensivas. Tanto el interior de las viviendas como la planta de los poblados permiten intuir una cierta jerarquización del espacio y la diferenciación de actividades económicas.
A la izquierda, reconstrucción de un poblado calcolítico: situado en un altozano, estaría rodeado de empalizada y foso. A la derecha, cabaña típica calcolítica: de planta circular, tenían un zócalo de piedra; las paredes y techo estaban hechos con ramas y barro; el suelo estaba parcialmente excavado en la tierra y cubierto con esteras y pieles para aislarlo de la humedad.
(Dibujos: autor no especificado; Guía del castillo de la Alameda y su entorno; Ayto. Madrid, Museo de los Orígenes)
El tipo de hábitat de los poblados calcolíticos ha dejado numerosos registros de los denominados “fondos de cabaña”. Con este término, introducido en 1924 por Pérez de Barradas (director, entre otras, de las excavaciones de Cantarranas), se designa, en general, a hoyos más o menos circulares que se utilizaban, según la época, como almacenes agrícolas, basureros, viviendas u hogares.
Proceso de excavación, uso y abandono de los hoyos (“fondos de cabaña”) típicos de los poblados calcolíticos: 1. Los huecos eran normalmente excavados por los niños para así poder dejar una boca más pequeña. 2. Dentro de ellos, se conservaban los alimentos a temperatura estable y a salvo de posibles depredadores. 3. Con el tiempo, las paredes de tierra se hundían y las despensas quedaban inservibles. 4. Tanto por comodidad como por evitar una caída, los huecos se rellenaban con basura. 5. La sedimentación posterior sellaba los huecos, motivo por el que suelen contener mucha información arqueológica sobre la dieta alimenticia y los utensilios de la época.
(Dibujo: autor no especificado; Guía del castillo de la Alameda y su entorno; Ayto. Madrid, Museo de los Orígenes)
El calcolítico tuvo en Madrid dos fases claramente diferenciadas: la
precampaniforme (cerámicas lisas, escaso uso de la metalurgia) y la
campaniforme (industria del cobre, auge de la agricultura y ganadería, cerámica acampanada y con decoración geométrica, como las encontradas en Ciempozuelos, Algete, Valdilecha, Valdemingómez y El Ventorro, en la cuenca baja del Manzanares).
Es en este contexto en el que debemos situar el poblado de Cantarranas, como el más claro exponente madrileño del periodo precampaniforme calcolítico.
La excavación del yacimiento de Cantarranas.
A finales de la década de los años 20 y comienzos de los años 30 del pasado s. XX, la Ciudad Universitaria de Madrid se encontraba en plenas obras. Zona de huertas, jardines, viñas y tierras de labor, surcada de arroyos y barrancos, requería de ingentes obras de desmonte y explanación. Este intenso movimiento de tierras hizo aflorar, a finales de enero de 1930, varios fondos de cabañas en el barranco de Cantarranas que fueron reconocidos por un tranviario, D. José Viloria, aficionado a la arqueología en su tiempo libre y que ya había descubierto otros yacimientos importantes.
Dos de los fondos de cabaña (números 2 y 3) del poblado de Cantarranas aparecidos con el desmonte.
(Foto: autor desconocido, 1930; Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid)
La Junta Constructora de la Ciudad Universitaria autorizó, en Junta del 16 de mayo, la realización de excavaciones dirigidas por José Pérez de Barradas, reputado especialista de la arqueología madrileña y en aquellas fechas Director del Servicio de Investigaciones Prehistóricas y del Museo Prehistórico Municipal de Madrid. Los trabajos comenzaron el 27 de mayo y quedaron en suspenso el 2 de agosto. Dos años después, en vista de que la investigación no se reanudaba, Pérez de Barradas publicó los resultados de la excavación en un artículo que él mismo consideraba como “
nota provisional” a la espera de la excavación completa del poblado y reconstrucción del material encontrado.
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Nota manuscrita de Pérez Barradas del 2-agosto-1930
comunicando la suspensión de las excavaciones.
(Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid) |
La excavación no volvería a reanudarse nunca más. En los años 90, a raíz de las obras en los terrenos aledaños del Consejo Superior de Deportes se realizó un seguimiento arqueológico de la zona, sin que pudiera constatarse testimonio alguno del yacimiento ni de sus materiales, con lo que el autor de las excavaciones (Vega, 1996) concluía que la gran extensión que Pérez de Barradas atribuía al yacimiento no era tal y que apenas debería quedar ya de él superficie por excavar.
Situación.
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Ubicación del poblado de Cantarranas
sobre el plano de 1929.
(Plano: Oficina Municipal de Información
sobre la Ciudad, 1929;
Biblioteca Digital CM) |
El yacimiento se situaba en una parcela de la antigua Moncloa dedicada al cultivo de cereales. Al Este, limitaba con el camino de las tierras de la Moncloa; al Sur con el valle de un arroyo cegado por las obras de nivelación del terreno; al Oeste con una senda; y al Norte, con el barranco del arroyo Cantarranas.
Se encontraba, por tanto, entre la carretera del Palacete de la Moncloa y el paseo del Rey (Camino del Pardo), a espaldas de la Casa de Velázquez, en una zona de desmonte que correspondía a los apartados de carruajes del Estadio. Trasladado al mapa actual, ocuparía aproximadamente, los terrenos del Instituto de Patrimonio Cultural de España, entre las calles Pintor El Greco y Modesto López Otero.
La situación era, en suma, muy favorable: el barranco por el Norte y el río por el Sur ofrecían una seguridad inmejorable para el poblado. Muy cerca se encontraban los manantiales de la fuente de la Mina y de lo que fueron los jardines del Palacete. Los campos situados hacia el Mediodía serían, probablemente, cultivados, y todos los alrededores estaban cubiertos de bosque. Desde el poblado se verían los de la Casa de la Torrecilla y de la colonia del Conde de Vallellano, que, según Pérez de Barradas, pertenecían a la misma edad y podrían comunicarse por señales ópticas (humo, hogueras o cualquier otro medio).
Vista del valle del Manzanares desde el poblado de Cantarranas.
(Foto: autor desconocido, 1930; Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid)
Los fondos de cabaña.
En total, se descubrieron treinta y dos fondos de cabaña, algunos de los cuales quedaron sin excavar. Pérez de Barradas los clasificó en dos grupos:
- Fondos poco profundos, llenos de cenizas y con escasos restos cerámicos. El autor pensó que se trataba de hogares, situados en el interior o fuera de las cabañas.
- Otro grupo de hoyos más profundos en los que, entre tierra negra, producto seguramente de la descomposición de detritus domésticos, se encontraron, huesos, cerámica, objetos de sílex... La cerámica, muy fragmentada, correspondía a restos de vasos; los huesos, a porciones no comestibles, como cabeza o vértebras, o huesos fracturados de extremidades; el material de sílex, bastante escaso, estaba poco o nada trabajado. Pérez de Barradas los clasificó como basureros.
Fondos de cabaña números 25 y 26.
(Foto: autor desconocido, 1930; Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid)
Los restos.
Los restos hallados fueron escasos y de poco interés, en palabras de Pérez de Barradas. Cabe mencionar:
- Cerámica lisa: abundantes fragmentos de vasos y otras piezas que, en general, debido a su pequeño tamaño no pudieron restaurarse muchas piezas. El barro del que están hechos, de aproximadamente un centímetro de grosor, es negro, con granos finos de arena, y en algunos casos con el exterior de color rojo. Las piezas estaban hechas a mano aunque algunas piezas evidencian el uso de torno. Las formas de los vasos son similares a las descritas en otros poblados de la época (areneros de Los Vascos, Martín, Las Mercedes, Valdivida...).
- Cerámica incisa: sólo aparecieron fragmentos muy pequeños. La decoración es a base de triángulos, en algunos casos rellenos y a veces sin rellenar.
- Cerámica pintada: fragmentos de piezas hechas a torno con líneas rojas semicirculares concéntricas, del tipo habitual en la época de la romanización.
Piezas de cerámica del yacimiento de Cantarranas después de su reconstrucción.
Fig. 1-7: cuencos y vasos. Fig. 8: vasija; Fig. 9: jarra.
(Foto: autor desconocido, 1930; en Pérez de Barradas, J. (1931); Op. Cit.)
- Lámparas: dos lámparas de barro cocido, con cavidad semioval profunda y un pico saliente poco marcado y perforado.
- Utensilios de piedra pulimentada: aparecieron más en superficie, en la tierra que rellenaba los fondos. Se encontraron lascas de sílex de aristas vivas y amorfas casi en su totalidad, alguna punta de flecha y hojas.
- Utensilios de hueso: destacan los punzones, trabajados con hueso de ciervo. De algunos restos óseos se habían sacado discos, con muescas semicirculares perfectas, lo que podría indicar la existencia de un taller para el trabajo del hueso.
Hallazgos de cerámica, hueso y piedra en el yacimiento de Cantarranas.
(Foto: autor desconocido, 1930; en Pérez de Barradas, J. (1931); Op. Cit.)
- Metal: no se encontró ningún resto de objeto completo pero sí trozos pequeños de malaquita. Tampoco se hallaron escorias ni restos de hornos o moldes.
- Restos humanos: se hallaron cuatro cabezas de fémur humano que podrían hacer pensar en restos de sepulturas excavadas en la misma vivienda, precedente descrito en Materano, Italia. Pero Pérez de Barradas se inclina a pensar más bien en algún tipo de rito de culto a los muertos similar al encontrado en algunos yacimientos franceses.
- Huesos de animales: se recogió gran cantidad de restos, pertenecientes en su mayoría a ovejas, toros, cabras y cerdos.
Imágenes de algunos de los restos del yacimiento de Cantarranas exhibidos en el Museo de los Orígenes con motivo de la exposición conmemorativa de Pérez Barradas (2008). Arriba, a la izquierda, buril; en el centro, cuchara; a la derecha, revestimiento parietal. Debajo, a la izquierda, cuenco; a la derecha, vasija.
Las cabañas.
Lo que se descubrió no fueron construcciones como tal sino sus huellas, principalmente manchas negras producto de la carbonización de los postes sobre los que se sustentaban. También aparecieron restos de bloques de arcilla, que podrían ser el revestimiento de las paredes.
Restos de la cabaña 1 del poblado de Cantarranas.
(Foto: autor desconocido, 1930; en Pérez de Barradas, J. (1931); Op. Cit.)
La mejor conservada era circular, de 2,40 metros de diámetro, orientada al sudoeste. El piso interior era de tierra apisonada y parecía estar algo más alto que el suelo exterior. Otras manchas similares sobre una pequeña plataforma hacia el barranco evidenciaban la existencia de un poblado. Así, cerca del barranco se encontraron las huellas de otros dos postes de madera, ovales y de unos 15 centímetros de largo. Alrededor de ellos, varias piedras hincadas en el suelo rodeadas de manchas carbonosas, como de arcilla cocida, que serían el interior de las cabañas, y de círculos negros que corresponderían a estacas y postes de madera.
Huella de poste en la cabaña número 2 del poblado de Cantarranas.
(Foto: autor desconocido, 1930; Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid)
A través de estas huellas, los autores describieron las cabañas como del tipo de cabañas de postes. De planta redonda y con armazón de madera sustentado por unos postes principales, hincados en el suelo, sobre los que se apoyaría un entramado de estacas transversales unidas por cuerdas. El revestimiento, tanto exterior como interior sería de arcilla; su cocción podía deberse bien al incendio de la choza o bien al calentamiento accidental por la proximidad a los hogares. Cabañas muy semejantes a estas de Cantarranas habían sido ya descritas en Europa (Alemania, Países Nórdicos, Grecia, Italia y el Levante español).
El poblado.
El poblado no fue excavado en su totalidad. Sospechaba Pérez Barradas, no obstante, que se trataba de un poblado semicircular, con la parte recta a espaldas del barranco de Cantarranas, sin que se haya podido determinar si la parte circular estaría defendida por foso o empalizada o completamente abierta.
Detalle del plano del poblado de Cantarranas.
(Plano: Pérez de Barradas, J. (1931); Op. Cit.)
Estaría formado por varias filas de chozas alineadas de Oeste a Este, con los basureros cerca de la entrada de las cabañas y, a juzgar por el hallazgo de estos materiales cerca de los restos de las viviendas, con una cornamenta o asta de toro, ciervo o cabra sobre la puerta. Los espacios libres entre chozas seguramente se usaron para el encierro del ganado.
Vista general de la sección B del poblado de Cantarranas. Al fondo, la Casa de Velázquez.
(Foto: autor desconocido, 1930; Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid)
El poblado debió ser abandonado voluntariamente. La ausencia de objetos bien trabajados no se corresponde con lo hallado en otros poblados de la época, lo que hace sospechar que sus moradores portaran consigo todo cuanto estuviera todavía en buen uso de cerámica, pedernal, cobre, etc. en el momento de la partida, dejando únicamente lo inservible en los basureros.
Conclusión.
El yacimiento de Cantarranas se encontraba parcialmente arrasado en el momento de su excavación. Los restos hallados fueron, en general, pocos y realizados con materiales bastante pobres. Por último, la gran extensión supuesta por Pérez de Barradas no pudo demostrarse ser tal. No obstante, ha tenido un gran valor para el estudio de la prehistoria ya que por primera vez se realizó una planimetría de un poblado de “fondos de cabaña”. Sin olvidar que la minuciosa descripción de las estructuras, incluidas las huellas de los postes y de los objetos hallados, así como el análisis e interpretación de todo ello aún sirve de apoyo para la valoración de otros yacimientos similares.
Para nosotros, además, tiene el enorme valor de llenar, como decíamos, otra página más en la (pre) historia de la Dehesa de la Villa.
Bibliografía:
- Ayto. de Madrid (2008): Arqueología, América, Antropología – José Pérez de Barradas (1897 – 1981) – Catálogo de la Exposición
- Ayto. de Madrid (2011): Guía del castillo de la Alameda y su entorno
- Bellido Blanco, A. (1995): La problemática de los “campos de hoyos”. Una aproximación a la economía y el poblamiento del calcolítico y la edad del bronce en la submeseta norte
- Garrido Pena, R. (1999): El campaniforme en la meseta: análisis de su contexto social, económico y ritual
- Caballero Casado, C. (2006): El Patrimonio Arqueológico y Paleontológico en las obras de ampliación de Metro de Madrid 2003-2007: III. Terciario y Cuaternario en la Comunidad de Madrid - Arqueología: la huella de la Humanidad
- Fernández Talaya, T. (1999): El Real Sitio de La Florida y La Moncloa: Evolución histórica y artística de un lugar madrileño
- Pérez de Barradas, J. (1931-32): Excavaciones en el poblado eneolítico de Cantarranas (Ciudad Universitaria de Madrid)
- Vega y Miguel, J.J. (1996): Seguimiento arqueológico de las obras realizadas en el entorno del yacimiento de Cantarranas en la Ciudad Universitaria de Madrid