Relato sobre unos niños que encuentran un ahorcado en la Dehesa de la Villa y breve introducción acerca de sucesos de este tipo acontecidos en la Dehesa y alrededores.
Ya hemos visto en este blog como la Dehesa de la Villa ha tenido diferentes usos a lo largo de su historia: desde el
uso ganadero de sus orígenes, pasando por el
uso militar en la segunda mitad del s. XIX, y durante la Guerra Civil, a su actual
uso lúdico, desde que se abrió a los ciudadanos a finales del s. XIX.
Nos ocuparemos hoy de otro uso bien distinto, y mucho más triste, que los madrileños han hecho de la Dehesa. La idea surgió a raíz de un relato de Manuel Michelena, de quien ya hemos publicado aquí otro sobre
El Canalillo. En él, el autor nos cuenta cómo en sus correrías de chavales se encontraron con el cadáver de un suicida.
Pero no adelantemos acontecimientos. El caso es que tras una intensa búsqueda por hemerotecas, no conseguimos encontrar ninguna noticia en la que apareciese el suceso del relato, pero dimos con bastantes reseñas en prensa sobre suicidios en la Dehesa de la Villa. Aunque el tema no es, ciertamente, agradable y, a pesar de una reticencia inicial por nuestra parte por aquello de no dar ideas, decidimos finalmente realizar este artículo.
Como decíamos, sin llegar al nivel del lugar por excelencia en Madrid para cometer este tipo de actos, el Viaducto, la Dehesa de la Villa aparece ligada a múltiples actos suicidas, sobre todo a finales del s. XIX y primera mitad del s. XX, para disminuir algo a finales del s. XX, cuando diferentes reformas la
transformaron parcialmente en parque urbano y, por ende, en lugar más concurrido.
Uno de los primeros casos que hemos encontrado ocurrió ya en 1880, cuando todavía la Dehesa era más conocida como de Amaniel. En el mes de abril, un hombre se suicidaba disparándose un tiro en la cabeza. Y apenas unos años más tarde, en 1892, aparecía otro cadáver con la pistola recién disparada todavía en la mano.
Sucesos ha habido de todo tipo y modalidades, mayoritariamente muertes producidas por disparo de arma de fuego y ahorcamiento, pero se han producido también algunas por ahogamiento (en el antiguo Canalillo), arrojándose al vacío... Igualmente, los motivos de suicidio han sido variados y, en muchas ocasiones, desconocidos. Especialmente curioso fue un caso en 1916, en el que un hombre se ahorcó colgándose de la rama de un pino, dejando una nota para el juez en la que decía “
Me suicido porque me da la gana”.
Afortunadamente, también se han producido intentos fallidos. Como uno de 1924 en el que un médico y su chófer que pasaban por la Dehesa divisaron un joven colgando de un árbol y acudieron a descolgarle, salvándole la vida. O como ese otro de 1928 en el que un joven con numerosos cortes causados con una hoja de afeitar fue hallado a tiempo de salvarle la vida a pesar de las hemorragias sufridas.
Y, como cabe suponer, ha habido numerosos casos confusos, con muertes sospechosas de asesinato atribuidas a suicidios. Como una de 1903, en la que un joven se entregó a la policía acusándose de haber apuñalado a su novia, a petición suya, en las inmediaciones del canalillo. Según él, deprimida por la oposición de su propia familia al noviazgo que mantenían, la chica le habría pedido que la matase para acabar con la angustia que la consumía. En algunas noticias de prensa se habló de un intento doble de suicidio y que al final el chico no había tenido valor para quitarse la vida... ¿Asesinato?, ¿suicidio? la solución del caso no hemos podido encontrarla.
Aunque, bien mirado, la hipótesis de suicidios pasionales comentada anteriormente no es tan descabellada, a tenor de otra noticia, esta de 1925, en la que una pareja, ella con tan sólo 15 años y su novio de 18 se suicidaron bajo los pinos en un montículo denominado “Tierra de Zarzón” (en Valdezarza, entre las Escuelas Bosque y el Asilo de La Paloma). La oposición al noviazgo por parte de la familia de la chica provocó que se escaparan y, tras una noche de ausencia y sin saber cómo afrontar la más que previsible reprimenda, desesperadamente optaron por suicidarse. Él presentaba un disparo en la sien y ella, otro en el pecho. La pistola caída en el costado de la joven llevó a suponer que primero se disparó él y luego ella. La noticia conmocionó a toda la barriada.
Los cuerpos sin vida de los jóvenes yacen ante el estupor de los vecinos.
(Foto: Alfonso; La Libertad, 1925; Biblioteca Virtual Prensa Histórica)
Igualmente conmovió a los vecinos de la Dehesa, en 1935, el hallazgo por parte de unos niños, que jugaban en las inmediaciones del canalillo a la altura de la Quinta de los Pinos, del cuerpo todavía con vida de una joven de 26 años. La joven se había disparado con un arma propiedad de su tío, guardia de seguridad, en cuya casa vivía. Su reciente orfandad más una nota en la que se leía “
He sido yo; no se culpe a nadie” llevó a las autoridades a suponer un caso de suicidio.
Los niños señalan el lugar donde encontraron a la mujer. Detrás puede verse el canalillo. La fotografía original publicada incluía un primer plano de la cara de la víctima, que hemos eliminado para no herir sensibilidades.
(Foto: Alfonso; La Voz, 1935; Hemeroteca BNE)
La lista de casos es amplia y llega hasta épocas actuales. Pero no es nuestra intención profundizar más en el morbo de la cuestión. Hemos recogido simplemente unos casos representativos y sonados para ilustrar que este tipo de sucesos en la Dehesa han sido más frecuentes de lo imaginado. Ya para terminar, diremos como curiosidad que hay una película española, “El club de los suicidas” (Roberto Santiago, 2008; con Fernando Tejero y Lucía Jiménez), algunas de cuyas escenas han sido
rodadas en la Dehesa de la Villa.
Vayamos ya con el relato de Manuel Michelena, que ayudará a rebajar el tono dramático que había ido adquiriendo este artículo.
Hay que hacer gimnasia
El texto, de Manuel Michelena, y las fotos de J. L. Berzal se reproducen con permiso de los autores a la Asociación Cultural Amigos de la Dehesa la Villa; cualquier uso posterior por terceros deberá ser aprobado expresamente por los autores.
Paco, Mariano, y yo, hemos decidido hacer gimnasia. Estamos a principios de los años cincuenta, y ya empezamos a presumir un poco. Hace unos días, nos compramos unas camisetas, que son muy atrevidas. La verdad es que son la leche; sin mangas, color gris y los ribetes negros.
Vamos por la calle, presumiendo del color moreno que tenemos, ya que solemos ir a la piscina muy a menudo. La gente, nos mira un poco como a bichos raros, y nos da un poco de corte, por lo que hemos decidido no volver a ponérnoslas más.
¡Tenemos que hacer gimnasia!, dijo Paco, estamos un poco flacos y por esos nos miraba tanto la gente.
Fuimos a dar un paseo por la Dehesa de Villa después de comer, y llegamos hasta el cerro de los locos, encontrando un ambiente muy animado.
Ladera del Cerro de los Locos en los años 50.
En el centro, puede apreciarse una de las trincheras de la Guerra Civil que lo rodeaban. Los dos mojones que se aprecian marcarían la separación entre la Dehesa y La Florida y parece ser que delimitaban el terreno (26.000 m2) que el Estado donó a los Huérfanos de Hacienda (ver noticia sobre antenas en el Cerro de los Locos).
Según algunos vecinos, llegó a existir incluso una pared, que la gente derribaba por las noches para acceder al Cerro y por el día la volvían a levantar. En el camino que va desde el Centro Fabiola de Mora hacia el Cerro de los Locos aún pueden divisarse las huellas en el suelo de la base de estos mojones.
(Foto: J. L. Berzal; entre 1950 - 1960)
Unos hacían gimnasia, otros corrían, algunos jugaban al frontón en una caseta de la luz, y cuando terminaban sus ejercicios se duchaban en un caño de agua fresca que salía del canalillo.
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Young Martin, el zurdo de Cuatro Caminos.
(Foto: autor y fecha no especificados; As.com) |
Hablamos con algunos y nos dijeron que por las mañanas temprano había un buen ambiente, ya que venían muchos boxeadores famosos: Galiana, Folledo y Young Martin. Eso nos terminó de animar, y decidimos empezar también nosotros nuestra campaña de gimnasia por las mañanas, antes de empezar las clases del colegio en los Salesianos de Francos Rodríguez.
El espíritu por todo lo alto, y con las mejores intenciones, hicimos un programa de gimnasia y ejercicios. Quedamos citados a las siete de la mañana, y en avisarnos si alguno se quedaba dormido. Éramos vecinos puerta con puerta. Ellos vivían en Valls Ferrera 15 y yo en el 17.
Puntualmente, a la mañana siguiente, nos vimos en la calle, muertos de sueño, pero con la moral por las nubes. Íbamos un poco dormidos, pero a medida que iba pasando el tiempo y el aire nos iba refrescando, nos fuimos espabilando. Enfilamos por la calle Tremps hasta llegar a la calle Pirineos, y de allí inmediatamente, comenzamos a pisar los primeros pinos de la Dehesa de la Villa.
Comenzamos poco a poco a aumentar el ritmo, iniciando un pequeño trote, sintiendo ya como nuestros pulmones se iban ensanchando al recibir el aire puro. De pronto, al subir una cuestecita, ya muy próximos al cerro de los locos, nos quedamos de piedra, parando de golpe nuestra carrera… Joder, había un tío colgado de un árbol. Se balanceaba ligeramente, a pesar de que no corría viento, por lo que no debía llevar allí mucho tiempo. ¡Pies para que os quiero! Echamos a correr como alma que lleva el diablo hasta que llegamos a nuestro barrio. Nos metimos cada uno en nuestra casa, nos cambiamos de ropa y nos fuimos al colegio en silencio.
Otra vista de la ladera del Cerro de los Locos en los años 50.
¿Sería en alguno de estos árboles donde nuestros protagonistas encontraron al suicida?
(Foto: J. L. Berzal; entre 1950 - 1960)
Ya nunca más volvimos a hablar de hacer gimnasia, y cogimos las camisetas y las tiramos al basurero que había al final de la calle lindando con el canalillo. Empezamos a pensar que éramos unos chicos corrientes. La vivencia había sido muy dramática para unos chicos tan jóvenes. Nunca le contamos a nadie la experiencia que habíamos tenido.