Blog de la Asociación Cultural Amigos de la Dehesa de la Villa
Obra registrada - Licencia de uso


El viaje de agua de Amaniel

8 de abril de 2012

"Seguro que alguna vez, paseando por la Dehesa de la Villa, nos habremos preguntado por el significado de sus capirotes de granito. Quizá no sepamos que son parte integrante del antiguo viaje de aguas de Amaniel, también conocido como viaje de aguas de Palacio. Comenzamos hoy con una serie de entradas del blog en las que iremos dando a conocer algunos de los aspectos más relevantes de esta joya de la ingeniería hidráulica."

Es para nosotros motivo especial de satisfacción poder contar con la colaboración de expertos que nos ayuden en nuestra labor de divulgar los valores históricos y ecológicos de la Dehesa de la Villa. Tal es el caso del artículo que traemos a continuación sobre el viaje de agua de Amaniel, para el que hemos contado con la inestimable colaboración de Pedro Martínez Santos, socio de los Amigos de la Dehesa de la Villa.

Profesor Titular de la Facultad de Ciencias Geológicas de la Universidad Complutense de Madrid, Pedro Martínez Santos es experto en Hidrogeología, tema sobre el que ha desarrollado numerosos estudios y sobre el que tiene editadas gran número de publicaciones. Agradecemos sinceramente a Pedro Martínez Santos esta primera colaboración que deseamos tenga continuidad.

El viaje de aguas de Amaniel: seña de identidad de la Dehesa de la Villa

© del texto, Pedro Martínez Santos, reproducido con permiso del autor. Cualquier uso posterior de este material por terceros deberá ser aprobado expresamente por el autor.

Para entender el viaje de aguas de Amaniel en su contexto, es importante saber primero qué eran los antiguos viajes de agua de Madrid y cómo funcionaban. Los viajes eran túneles subterráneos destinados a la captación y conducción de agua freática: no en vano, el nombre de viaje es una contracción madrileña del latín via aquae (“camino del agua”). Podían llegar a medir varios kilómetros de longitud y tenían una profundidad máxima de cuarenta o cincuenta metros. Esta profundidad era suficiente para alcanzar el nivel del agua en el subsuelo, lo que hacía que esta se infiltrase directamente desde el terreno a las galerías.


Galería de conducción del viaje de agua a su llegada al arca de Amaniel.
(Foto: A. Ferrero, 2005)

Los viajes habitualmente nacían en el extrarradio, en zonas con suficiente desnivel topográfico con respecto a la ciudad como para que el agua captada pudiera circular hasta ella por gravedad. Solían tener su origen en zonas de pequeños manantiales, puesto que estos constituían una garantía inequívoca de la presencia de agua en el subsuelo.

Para construir un viaje se excavaban primero una serie de pozos verticales, que se prolongaban hasta alcanzar el nivel freático. Estos se iban uniendo después por la base mediante un túnel lo suficientemente grande como para permitir el paso de una persona. Mediante un ingenioso sistema de nivelación del terreno, las galerías de unión se construían para que el extremo más cercano a Madrid quedase siempre más bajo que el resto. Se conseguía con ello que el agua fluyese siempre en dirección a la ciudad. Así, las galerías actuaban como canales subterráneos de captación y conducción.


Los viajes consistían en galerías subterráneas ideadas para recoger agua freática por infiltración. Eran construidas con la suficiente profundidad, inclinación y desnivel topográfico como para conducir el agua por gravedad desde las afueras hasta Madrid. Por “afueras” debemos entender lo que hoy son distritos de la ciudad como Chamartín o Fuencarral, ya que el crecimiento de Madrid por el norte estuvo limitado por la cerca de Felipe IV –calles de Alberto Aguilera, Carranza, Sagasta y Génova– hasta finales del siglo XIX.

Concluida la construcción del viaje, los pozos verticales servían como puntos de acceso para tareas de mantenimiento y limpieza. Su entrada se tapaba para reducir el riesgo de contaminación y evitar la caída de personas o animales. En muchas ocasiones, la cubierta tomaba forma de “capirote”: una losa piramidal de granito de aproximadamente un metro de alto por un metro de ancho. Aunque la mayoría de estos capirotes han desaparecido, todavía encontramos algunos ejemplares integrados en el paisaje urbano de Madrid. Por su número son destacables el conjunto de la Dehesa de la Villa, perteneciente al viaje de aguas de Amaniel, y el del Parque de la Ventilla, posiblemente asociado al antiguo viaje de la Alcubilla.

Los capirotes de la Dehesa de la Villa, pertenecen al antiguo viaje de aguas de Amaniel. Los capirotes eran losas de granito de forma piramidal que servían para cubrir las chimeneas verticales de acceso.
(Foto: Pedro Martínez Santos)

Con el tiempo, el paso del agua dañaba los laterales y las esquinas de las conducciones, favoreciendo los derrumbamientos. Además, por la propia naturaleza del método de captación, era inevitable que el agua procedente del terreno llegase a la galería con cierta carga de sólidos en suspensión. Para contrarrestar ambos problemas era habitual construir depósitos en los codos. Estos depósitos –comúnmente conocidos como “arcas” o “cambijas”, según estuvieran bajo el suelo o en superficie– rompían la fuerza de la corriente y facilitaban la decantación de finos. También se usaban para distribuir el agua directamente a la población, principalmente a través de las muchas fuentes repartidas estratégicamente por la ciudad. Algunas de las fuentes más conocidas fueron la Fuente del Berro –a la que se atribuían propiedades medicinales–, la de los Caños del Peral, o la de la Salud.

Los viajes de agua suministraron agua potable a la capital durante casi un milenio: desde los tiempos de la dominación musulmana hasta entrado el siglo XX. Su abandono y destrucción tiene su origen en la puesta en operación del imponente acueducto del Canal de Isabel II, que consiguió traer las aguas del Lozoya por primera vez a la capital en la segunda mitad del siglo XIX.

El viaje de aguas de Amaniel es una auténtica joya de la ingeniería hidráulica cuyos vestigios podemos visitar en el entorno de la Dehesa de la Villa. Fue construido en torno a 1613 para proporcionar agua al Alcázar de Madrid –hoy Palacio Real– y se mantuvo operativo hasta mediados del siglo XX.

Aunque el viaje de Amaniel fue propiedad exclusiva de la Corona, la negligente generosidad de los reyes hizo que terminase por surtir a algunos conventos, cuarteles y fuentes públicas, hasta el punto de ocasionar frecuentes problemas de suministro en las dependencias palaciegas. Los legajos del Archivo General de Palacio ponen de manifiesto que este fue origen de no pocos quebraderos de cabeza para los arquitectos y fontaneros del rey a través de los tiempos.

El origen del viaje bien pudo estar relacionado con el retorno de la capital a Madrid en 1606. Se han escrito ríos de tinta sobre las razones que motivaron este traslado –y el previo a Valladolid– sin que hasta la fecha haya consenso al respecto. Muchos han atribuido ambos movimientos a los intereses personales del Duque de Lerma, valido de Felipe III. Sin embargo, un grupo de estudiosos ha querido ver en el agua otra razón de peso. Es bien conocido que Felipe II, padre del citado soberano, fracasó repetidas veces en su intento de garantizar un suministro de agua corriente al Alcázar (hoy Palacio Real), como también lo es que la red de abastecimiento de Madrid atravesaba dificultades a finales del siglo XVI, lo que comprometía la expansión de la urbe. El traslado a Valladolid –“ciudad de ríos útiles y ricos manantiales” – bien pudo guardar relación con el acuciante problema del agua. Hay que tener en cuenta que la construcción de los principales viajes de los que hoy tenemos noticia tuvo lugar en las primeras décadas del siglo XVII, lo que demuestra que la ciudad destinó una enorme suma de dinero a la mejora de sus infraestructuras hidráulicas justo después del retorno de la Corte. Por ello, se ha llegado a sugerir que las reformas en la red de agua potable formaron parte de los compromisos adquiridos por la Villa para recobrar su condición de capital del Reino.

A modo orientativo, puede decirse que el viaje de Amaniel tenía dos ramales de cabecera, uno partía de la Dehesa de la Villa y el otro del Cerro de los Pinos (hoy Parque de la Ventilla). Ambos confluían a la altura del parque de Ofelia Nieto, y dirigían su caudal conjunto hasta el arca principal de Amaniel (cuyos restos se conservan en un pequeño parque de la calle Juan XXIII). Desde ahí, la galería principal tomaba camino de la calle Guzmán el Bueno, que seguía aproximadamente hasta la altura de Fernando el Católico. Se desviaba entonces en dirección a la Glorieta de San Bernardo, donde tomaba la calle del mismo nombre hasta llegar a la Plaza de Santo Domingo, la Costanilla de los Ángeles y el Palacio Real. Hay que enfatizar, sin embargo, el carácter “orientativo” de esta descripción, ya que la cartografía de los siglos XIX y XX demuestra que la traza mudó varias veces en el interior del casco antiguo. Gracias a los manuscritos consignados en el Archivo General de Palacio, sabemos también que el tramo de cabecera de la Dehesa de la Villa y el de aproximación de la calle Guzmán el Bueno no forman parte del viaje original: se corresponden más bien con las reformas realizadas por Saqueti a mediados del siglo XVIII, que dejaron inoperativas las primitivas galerías.

Del viaje de agua de Amaniel conservamos algunos restos en la Ciudad Universitaria y su entorno inmediato. Por fortuna, todos son visitables. Destaca el conjunto de ocho capirotes de la Dehesa de la Villa y la confluencia de galerías del arca de Amaniel, situada a la altura del número 46 del Paseo de Juan XXIII. Estas últimas incluyen también un pozo vertical de acceso y un pequeño capirote.


Los restos del arca de Amaniel que encontramos en la calle Juan XXIII fueron hallados durante unas excavaciones.
(Foto: A. Ferrero, 2005)

En sucesivas entradas del blog iremos revelando nuevas informaciones sobre el viaje de Amaniel. Aunque haremos frecuentes referencias a textos modernos, para ello nos basaremos fundamentalmente en las fuentes originales, es decir, en los documentos y mapas del Archivo General de Palacio.

Bibliografía y lecturas recomendadas:

- ARCHIVO GENERAL DE PALACIO. Fondo Administración General. Legajos 8-1, 14-1 y 2, 18-1.
- GUERRA CHAVARINO, Emilio. 2011. “Los viajes de agua y las fuentes de Madrid. Los viages-qanat”. Ediciones La Librería. Madrid. 442 págs.
- LÓPEZ LINAGE, Javier. 2001. “Organización y finanzas de las obras fontaneras de Madrid (1561-1868)”. Estudio inédito. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 273 págs.
- MARTÍNEZ ALFARO, Pedro Emilio. 1977. “Historia del abastecimiento de aguas a Madrid. El papel de las aguas subterráneas”. Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 14:29-51.
- MARTÍNEZ SANTOS, Pedro. “Anotaciones sobre el trazado del viaje de aguas de Amaniel o de Palacio”. Revista de Obras Públicas. En revisión para publicación.
- TROL, Carl; BRAUN, Cornel. 1974. “El abastecimiento de agua de la ciudad por medio de qanates a lo largo de la historia”; Geographica 1974:235-313.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola a todos,

Me ha gustado mucho esta entrada y os invito a ver un trabajo realizado por Jose Luis Rayos, miembro de la Asociación "Cultural Amigos del Jardín El Capricho", que mostró en una conferencia el pasado 27 de noviembre.
Al este de Madrid también tenemos constacia de la existencia de "viajes de agua", en concreto en el entorno próximo a la Alameda de Osuna y el Parque Juan Carlos I.

Os invito a que veáis las imagenes de la presentación que hizo:

https://www.facebook.com/media/set/?set=a.916956921670232.1073741832.204698466229418&type=1


Enhorabuena y un afectuoso saludo.


Jose

Amigos de la Dehesa dijo...

Muchas gracias, Jose, por la visita y el enlace: un trabajo realmente interesante. Efectivamente, aquí nos hemos ocupado mayormente del de Amaniel por ser el que discurría por el entorno de la Dehesa, pero son muchos los viajes de aguas que hubo en Madrid. Lamentablemente la mayor parte de los esfuerzos para su estudio y divulgación vienen de asociaciones, entidades o personas concretas y poco a poco se van perdiendo los restos que quedan ante la pasividad o indiferencia de quienes deberían conservarlos, ponerlos en valor y darlos a conocer a todos los madrileños y visitantes.

Publicar un comentario