Blog de la Asociación Cultural Amigos de la Dehesa de la Villa
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La Gota de Leche en la Dehesa de la Villa

10 de mayo de 2012

Sobre la institución benéfica La Gota de Leche y los establos que tuvo en la Dehesa de la Villa a principios del s. XX.

En su libro “Callejero de Judas”, Fernando Royuela traza un callejero real-imaginario de Madrid por el que deambulan personajes variopintos. Calle del Gorriñón, Plaza de Placenteros, Ronda de Carteleras, Portillo del Mejillón... nombres inverosímiles hasta un total de treinta y tres calles que nunca existieron. De cada una de ellas se cuenta un suceso, mezcla de historia real y leyenda improbable, que componen, a modo de “bestiario”, una peculiar recreación de un Madrid del pasado. Sobre una de ellas, “La Cuesta de la Puesta”, nos dice: “Por entre los descampados de la Dehesa de la Villa, ahora florecidos de chiringuitos en los que en las noches de los sábados pintan copas los horteras, y los domingos reverencian sus padres las tarteras olorosas de tortilla y pimiento verde frito, culebrea la Cuesta de la Puesta su recorrido destartalado de socavones hasta alcanzar la calle de Francos Rodríguez casi a la altura del Instituto Politécnico La Paloma, donde en tiempos estuviera erigido el Eremitorio Puerperal en el que las madres primerizas de la burguesía aventajada tenían por costumbre presentar a los recién nacidos a la imagen de la Virgen de la Buena Leche. [...] En el Eremitorio, una capilla prerrománica custodiada por un puñado de matronas más cenobitas que eremitas, se procedía al rito de la primera puesta [...]. Era costumbre que fuera una de las amas del Eremitorio quien satisficiera también por vez primera el apetito de los recién nacidos y derramaban sobre las bocas de los niños, nevándolos de leche para calmarles el llanto eterno del hambre”.

Imágenes ilustrativas de cómo debe pesarse y bañarse al niño, de la “Cartilla de consejos para las madres”, del Dr. Carazo, de quien hablaremos más adelante.
(Foto: autor no especificado; Nuevo Mundo, 1911; Hemeroteca BNE)

Que sepamos, en la Dehesa de la Villa no hubo nunca una Cuesta de la Puesta, un eremitorio puerperal ni una capilla prerrománica... Pero, como decíamos, el libro mezcla lugares, sucesos y leyendas más o menos reales con otros imaginados, así que nos pusimos a investigar y hete aquí por dónde encontramos que en la Dehesa de la Villa hubo unos establos de la institución de Beneficencia La Gota de Leche. Desconocemos si el autor sabía de su existencia y le sirvió de inspiración para el capítulo, pero a nosotros nos ha valido para encontrar un hito más en la historia de la Dehesa de la Villa.

Caridad, Beneficencia y Estado Social.
Para poder entender lo que fueron las instituciones benéficas de Gota de Leche, conviene repasar primero la evolución del sistema asistencial español.

Hasta las primeras décadas del S. XIX, la asistencia a los desfavorecidos se basaba en los principios religiosos de caridad y las acciones, mayormente de socorro y escasa prevención, estaban dirigidas por la Iglesia, aunque participaban también ciudadanos acaudalados, casi siempre a título personal.

Con la Revolución Liberal durante la regencia de María Cristina y el posterior reinado de Isabel II, comienza la transición hacia un modelo benéfico-asistencial, basado en un ideario más de tipo humanista y en el que el protagonismo de la acción pasa de la Iglesia a organismos públicos y privados. Se crea la Dirección General de Beneficencia y Sanidad (1847) y comienza a establecerse un marco legislativo al respecto, culminado en la Ley General de Beneficencia de 1849. La Beneficencia se articula en tres niveles: estatal, para necesidades permanentes o de especial atención (incurables, ancianos, dementes...); provincial, para menesterosos incapacitados para trabajar (enfermos comunes, huérfanos, etc.); y municipal, para la asistencia más urgente (accidentes, paritorios, atención médica y domiciliaria, etc.). Pero no toda la Beneficencia era pública: la falta de recursos de Diputaciones y Ayuntamientos, donde debía recaer el mayor peso de la actividad benéfica, obligó a que el Estado tuviera que favorecer a la Beneficencia privada para que supliera sus carencias.

Reconocimiento médico, pesaje y medición del perímetro torácico y craneal de los niños en la consulta de Gota de Leche de la Institución Municipal de de Puericultura, por aquel entonces ya en el Campillo del Mundo Nuevo.
(Foto: Zapata; Estampa, 1928; Hemeroteca BNE)

Al igual que en el modelo asistencial caritativo, subyacía en la Beneficencia la noción de “deber moral” de la sociedad hacia los pobres. No es hasta el siglo XX que puede hablarse del nacimiento de un Estado Social, en el que se reconoce el derecho de los ciudadanos a la asistencia y la obligación del Estado a intervenir de forma sistemática, dictar políticas y regular actuaciones de prevención, socorro y bienestar de los ciudadanos. Los primeros pasos en este intervencionismo del Estado se dan en los albores del siglo, con la creación del Instituto de Reformas Sociales (1903), el Instituto Nacional de Previsión (1908), el Ministerio de Trabajo (1920), las primeras leyes de acción social (regulación del trabajo de mujeres y niños, Ley de Accidentes, de Protección a la Infancia, del descanso dominical...) y el inicio de los seguros sociales, pero aún tenía mucho que andar el siglo hasta llegar al sistema asistencial que hoy conocemos.

La Beneficencia en el Madrid de finales del s. XIX y principios del XX.
Hacia 1850, Madrid contaba con una población algo superior a 200.000 habitantes, hacinados en el pequeño espacio delimitado por la cerca de Felipe IV y en condiciones deplorables de salubridad e higiene. Durante la segunda mitad del siglo XIX se duplicó ampliamente la población, llegando a los casi 540.000 habitantes en 1900, lo que obligó a desarrollar planes de crecimiento urbanístico, tales como el ensanche. Aunque poco a poco se iba “oxigenando” algo el interior de la ciudad con los nuevos barrios, el hacinamiento y la insalubridad continuaron, especialmente en los llamados extrarradios donde la mayor parte de la población recién llegada y las clases humildes se habían venido concentrando en poblados muchas veces improvisados y carentes de las condiciones básicas sanitarias.

Este crecimiento demográfico afectó muy negativamente a la situación socioeconómica. Al ser la ciudad incapaz de absorber tal cantidad de mano de obra y carecer el Estado de un sistema de previsión social, creció exponencialmente la cantidad de personas en situación de penuria y pobreza que necesitaban ayuda de la Beneficencia. Especialmente grave era la situación de la infancia; las condiciones higiénicas y sanitarias en que vivían los niños eran realmente penosas y aumentaron significativamente la orfandad, el abandono y la mortalidad infantil (según algunos estudios, a finales del siglo XIX uno de cada cinco nacidos en España no llegaba al primer año de vida y casi dos de cada cinco no cumplían los cinco años).

Casa de patio o vecindad en la desaparecida c/ Caprara, barrio de Guzmán el Bueno; imagen ilustrativa de las condiciones en que vivían los niños madrileños a principios del s. XX.
(Foto: Páez, 1914; Memoria de Madrid)

Para paliar esta situación, por su condición de gran ciudad, capital provincial y capital del Estado, en Madrid se concentraban gran cantidad de los organismos gestores de los tres niveles asistenciales anteriormente citados (estatal, provincial y municipal), además de numerosos establecimientos benéficos privados, con los que tratar de hacer frente a las necesidades de los pobres en numerosos ámbitos (servicio hospitalario y domiciliario a enfermos, vacunaciones, acogida de niños huérfanos, perdidos o abandonados, normas elementales de salud e higiene...).

Es en este contexto en el que aparecen las Gotas de Leche, entidades tanto privadas como públicas creadas con el objetivo de combatir la desnutrición y la excesiva mortalidad que asolaba a la población infantil.

Cajas porta-biberones para su transporte a las Sucursales de Gota de Leche del Instituto Municipal de Puericultura de Madrid.
(Foto: autor no especificado, 1926. Memoria de Madrid)

Los Consultorios de Niños de Pecho y las Gotas de Leche.
La mayoría de fuentes consultadas sitúan el origen de estos centros en Francia a finales del siglo XIX. El primero de ellos lo crea en 1892 el Dr. Budin, catedrático de Medicina de Paris, como “Consultorio de Niños de Pecho” en su clínica del Hospital de la Caridad. A él acudían semanalmente las madres que dieron a luz en la clínica para que se examinase y pesase a los niños y, a las que no tenían suficiente cantidad de leche y carecían de recursos, se les proporcionaba gratuitamente la cantidad correspondiente a la ración diaria del niño. Adicionalmente, se asesoraba a las madres sobre el cuidado de los bebés.

Unos años más tarde, en 1894, el Dr. Dufour establece otro consultorio en el puerto de Fécamp (Alta Normandía) al que denomina “Gota de Leche”, la primera vez que se empleó esta terminología. En él recibe a las madres que no pueden criar y, además de consejos, les facilita por un módico precio la cantidad de leche que necesitan para la alimentación de sus hijos.

Paralelamente, el Dr. Variot, médico del Hôpital des Enfants Malades de París, había establecido en el Dispensario de Belleville otro consultorio similar al del Dr. Budin pero, a diferencia de éste, donde sólo se atendía a madres que habían dado a luz en la clínica, en el de Belleville se atendía a cuantas madres se presentaban y se empleaba, en su mayoría, lactancia artificial.

Imágenes del Dispensario de Belleville. A la izquierda, pesando los niños y anotando el resultado. A la derecha, entrega gratuita de ración diaria de leche.
(Cuadros de J. Geoffroy reproducidos en la Ilustración Española y Americana, 1903; Hemeroteca BNE)

Algunas otras fuentes, sin embargo, señalan el primer precedente en Barcelona, donde el Dr. Francisco Vidal Solares había fundado en 1890 un Consultorio de Enfermedades de los Niños, donde dispensaba de forma gratuita leche esterilizada y harina, y verduras y pan a los menores de 13 años. Con el tiempo, daría lugar a la Gota de Leche del Hospital de Niños Pobres, donde se recogía leche de donantes para repartirla entre los más necesitados.

Así pues, en su origen, los Consultorios de Niños de Pecho y las Gotas de Leche diferían en su funcionamiento. Los Consultorios se dirigían principalmente a los niños allí nacidos, empleaban mayoritariamente lactancia materna y distribuían la leche diariamente en biberones esterilizados en el propio centro. Por su parte, las Gotas de Leche tenían un mayor componente benéfico, atendiendo tanto a niños enfermos como a sanos necesitados, utilizaban en su mayor parte lactancia artificial, y distribuían la leche en botellas de medio o de un litro que luego administraba la madre. Coincidían ambas instituciones en la importancia de la consulta junto con la distribución; es decir, en no realizar sólo reparto de leche, sino en asesorar también a las madres en la mejor manera de criar a los hijos. La distinción, no obstante, entre Consultorios y Gotas de Leche fue diluyéndose con el paso del tiempo y es frecuente encontrar menciones a Consultorios que incorporaban unidades de Gota de Leche e incluso centros con una única denominación genérica que incluía tanto Consultorio como Gota de Leche.

Imagen de la sede de la antigua Gota de Leche de Sevilla, actualmente Fundación Gota de Leche, en la c/ Manuel Rojas Marcos. En el letrero de azulejos aún puede leerse “Consultorio de Niños de Pecho Gota de Leche”.
(Foto: Google Maps, 2008)

En cualquier caso, el éxito en la reducción de la mortalidad infantil hizo que se extendieran rápidamente. Sólo en Francia, en apenas diez años tras la fundación del primer centro ya había más de 25 en París y más de 60 en el resto de provincias. De Francia saltaron a Bélgica, Inglaterra, Suecia, Italia, Suiza, Holanda, etc., llegando incluso a América (Buenos Aires, Montevideo, Santiago de Chile, Montreal...), Asia y África.

Por lo que respecta a España, ya hemos hablado del precedente en Barcelona del Dr. Vidal. Posteriormente, se abrirían las Gotas de Leche de San Sebastián (1903), Bilbao (1904), Mahón, Málaga y Sevilla (1906), Valladolid (1911), Córdoba y Granada (1916), Salamanca (1919), Ciudad Real (1921), Huelva (1922)...

En Madrid, la primera Gota de Leche la creó en 1904 el Dr. Rafael Ulecia y Cardona, con el apoyo económico de los marqueses de Casa-Torre y la protección de la Reina María Cristina de Habsburgo. Se instaló en la por entonces calle Ancha de San Bernardo, esquina con San Hermenegildo, trasladándose posteriormente a la calle de la Espada.

A la izquierda, el Dr. Rafael Ulecia y Cardona. A la derecha, el Primer Consultorio de Niños de Pecho y Gota de Leche, en su antigua ubicación en la c/ San Bernardo.
(Fotos: autor desconocido; El Álbum Iberoamericano, 1904; Hemeroteca BNE)

Junto a la del Dr. Ulecia, coexistieron en Madrid otros Consultorios y Gotas de Leche. Así, el Ayuntamiento venía proporcionando desde 1893 una Consulta de Niños en la Casa de Socorro del distrito de Palacio, de carácter público y gratuito para menores de quince años. Allí, el Dr. Dionisio Gómez Herrero crea un servicio de esterilización de leche y empieza a repartir biberones entre los más necesitados en diciembre de 1907, dando el primer paso para la implantación de la Institución Municipal Consulta de Niños y Gota de Leche. En 1913 la Consulta de Niños se transformaría en la Institución Municipal de Puericultura y se establecerían las bases de la sección de Gota de Leche. Contaban con un Dispensario central, ubicado inicialmente en la Casa Central del distrito de Palacio (c/ Duque de Osuna) y que más tarde se trasladaría a la Plaza del Campillo del Mundo Nuevo. A él se irían sumando nuevos Consultorios sucursales en los diferentes distritos: Hospital, (c/ Amparo), en 1914; Chamberí (c/ Juan de Austria) y Congreso (c/ Antonio Acuña), en 1915; La Latina (c/ Bailén), en 1920; Universidad (c/ Bravo Murillo) en 1922; sucursal de Palacio (Puente de Segovia), en 1925.

Sucursal de Gota de Leche de la Institución Municipal de de Puericultura del distrito de Universidad en Bravo Murillo 122; inaugurada en mayo de 1922.
(Foto: autor no especificado, 1926. Memoria de Madrid)

Hemos mencionado estas dos iniciativas de Gota de Leche en Madrid por ser las más importantes, pero hubo muchas otras, tanto públicas (por ejemplo, la Gota de Leche de la Inclusa, dependiente de la Beneficencia Provincial, en el Colegio de La Paz – Asilo San José, en la c/ Embajadores) como privadas (como por ejemplo, el Consultorio Higiene del Niño Gota de Leche en la c/Barquillo, dirigido por el Dr. Carlos Carazo, de quien hablaremos más adelante; o, sin ir más lejos, la Gota de Leche que la Congregación de los Caballeros del Pilar estableció en el por entonces llamado Tetuán de las Victorias, en la c/ Ntra. Sra. del Pilar, hoy Azucenas).

El funcionamiento de los centros Gota de Leche.
Ya se indicó anteriormente que el propósito no era sólo la distribución de leche, sino que, por lo general, en todos los centros se prestaban servicios de consulta para menores de dos años y Escuela de Maternología. Adicionalmente, algunos de ellos proporcionaban también consulta general de medicina y cirugía para menores de quince años.

El servicio de Gota de Leche se proporcionaba a niños sometidos al régimen de lactancia mixta, por insuficiencia de la madre, o de lactancia artificial con biberones. Diariamente se suministraba a las madres las raciones apropiadas para cada niño (leche esterilizada, leche maternizada, sueros lácteos, harinas, etc.). Por su parte, las madres debían llevar semanalmente los niños a consulta, para el seguimiento médico. Además, se proporcionaba asesoramiento sobre higiene infantil y el cuidado de los bebés, aspecto éste en el que se hacía especial incidencia; en algunos casos, se establecían incluso premios para las madres que mejor cumplían con el cuidado de los niños; también amonestaciones y hasta suspensión de la entrega de biberones a las madres que no seguían los consejos médicos.

Copia de uno de los impresos que se entregaban a las madres en la Gota de Leche de la Institución Municipal de Puericultura dentro de su programa de educación materna. Una de las objeciones que se le hacían a las Gotas de Leche era que fomentaban la lactancia artificial. Como vemos, nada más lejos de la realidad, se insistía en que la lactancia artificial sólo debía considerarse como último recurso.
(Memoria de Madrid, 1926)

El Consultorio o Gota de Leche “tipo” consistía en una sala de espera, cuarto de reconocimiento médico, sala de consulta y sala de entrega de biberones. La mayoría contaba con su propia infraestructura para el descremado, esterilización, homogenizado y almacenaje de la leche, y para el lavado y llenado de biberones. Algunas contaban incluso con maquinaria especializada para “maternizar” la leche de vaca (se añadían sustancias como agua, lactosa o sal y se centrifugaba para asemejar la proporción de grasas a la leche materna). Las más grandes disponían de su propia red de transporte para la distribución a las sucursales y solían tener establos propios, lo que les permitía garantizar la calidad y el suministro de leche para lactancia artificial; aunque también era común contar con otras vaquerías privadas como proveedores, para quienes, por cierto, ser suministrador de una Gota de Leche era un buen argumento de venta de cara al público.

Imágenes del procesado y distribución de la leche en el Instituto Municipal de Puericultura y Gota de Leche. Arriba, a la izquierda, máquina esterilizadora; debajo, homegeneizadora. A la derecha, arriba, lavadora automática de biberones; en el medio, máquina llenadora; y debajo, camión para el transporte de biberones a las sucursales.
(Fotos: autor no especificado, 1926. Memoria de Madrid)

Algunas estadísticas.
No resulta fácil cuantificar en qué medida estas instituciones contribuyeron a la reducción de la mortalidad infantil durante el siglo XX. A la falta de estadísticas que cubran tan amplio periodo de tiempo se une la imposibilidad de aislar la contribución de los centros de Gota de Leche de otros factores (avances médicos, condiciones higiénicas, etc.). Permítasenos, no obstante, dar unas cifras para hacerse una idea.

Respecto a la mortalidad infantil, estudios fiables mencionan que, de cada 100 muertes de niños menores de un año que se producían a principios del siglo XX en Madrid, a finales de siglo se evitaban nada menos que 88. Así, mientras que en 1900 la tasa de mortalidad infantil se situaba cerca del 20%, en 1930 se había reducido al 9,6%; en 1950, al 5,4%; y en 1970 al 1,8%, siguiendo una tendencia de disminución a lo largo del siglo sólo interrumpida por algunas crisis puntuales (la gripe de 1918, la Guerra Civil...).

Aunque imposible de determinar cuánto de este descenso es achacable a la actividad de los centros de Gota de Leche, como muestra de la importancia de su labor diremos, por ejemplo, que la Gota de Leche del Dr. Ulecia atendió a más de 600.000 niños en sus primeros 50 años de vida. Por su parte, la Gota de Leche municipal, atendió un promedio de 12.300 niños/año entre 1908 y 1913, y de 26.172 niños/año a partir de 1914, año en que comenzaron a establecerse las sucursales.

La Gota de Leche en la Dehesa de la Villa.
Ya se ha comentado más arriba que algunas entidades de Gota de Leche disponían de sus propios establos. Tal era el caso de la Institución Municipal de Puericultura y Gota de Leche, que tuvo unos en plena Dehesa de la Villa, junto al entonces Asilo de La Paloma.

Recordemos que la Dehesa había sido cedida en 1901 por el Estado al Ayuntamiento de Madrid para que la destinase a usos benéficos y sociales y que, con tal fin, se había levantado el Asilo de La Paloma en 1910. No es de extrañar, pues, que el Ayuntamiento decidiera también utilizar parte de los terrenos para la Gota de Leche.

Así, encontramos que en la sesión del 22 de enero de 1915, el concejal Blanco Parrondo propuso la creación de una vaquería modelo que diera servicio tanto al Asilo de La Paloma como a la Gota de Leche.

Desconocemos cuándo se llevó a cabo efectivamente el establo, pero sí sabemos que posteriormente, en 1922, la vaquería tuvo sus días de fama por efectuarse allí unos experimentos con la vacuna antialfa que el Dr. Ferrán acababa de desarrollar para la lucha contra la tuberculosis. Junto con el Dr. Carazo, que había dirigido el Consultorio y Gota de Leche de la c/ Barquillo y que en 1912 había pasado al Laboratorio Municipal de Madrid, el Dr. Ferrán inoculó su vacuna en unas terneras a fin de demostrar su inmunización contra la tuberculosis. El acto fue público, asistieron numerosos profesionales y curiosos y el experimento fue ampliamente recogido por la prensa de la época.

Gracias a ello, disponemos del siguiente testimonio gráfico, la única fotografía que hemos sido capaces de localizar y apenas la única referencia a la vaquería y establos de la Gota de Leche en la Dehesa de la Villa.

El Dr. Carazo, aplicando la vacuna antialfa del Dr. Ferrán a una ternera de los establos que La Gota de Leche tiene en la Dehesa de la Villa.
(Foto: Alfonso; El Sol, 1922; Hemeroteca BNE)

Bibliografía:
- Ayuntamiento de Madrid: Informe sobre la Ciudad Año 1929: Beneficencia y Previsión
- Carballo Barral, B. (2006): La Beneficencia Municipal de Madrid en el cambio de siglo: el funcionamiento de las Casas de Socorro (1896-1915)
- Coll y Bofill, J. (1916): Algunos comentarios acerca de diversas manipulaciones a que son sometidas las leches más empleadas en la lactancia artificial de los niños
- Gómez Herrero, D. (1926): Historia, organización y modo de funcionar de la Institución Municipal de Puericultura
- Gómez Redondo, R. (1985): El descenso de la mortalidad infantil en Madrid, 1900-1970
- Rodríguez Pérez, J. F. (2009): La protección a la infancia en España. Ayer y hoy

Las setas de la Dehesa de la Villa: vídeo de la exposición

3 de mayo de 2012

Vídeo resumen sobre las setas que pueden encontrarse en la Dehesa de la Villa.

Recientemente concluida la exposición que José Castillo Pollán, Josetas, ha llevado a cabo en el CIEA sobre las setas que ha fotografiado e identificado en la Dehesa de la Villa, nos ha parecido un buen momento para publicar este vídeo resumen de la exposición que complementa la Guía micológica que venimos publicando por entregas.


(Montaje vídeo: F. Lorca, 2012)

Antonio Escobar Burgos, vecino y Amigo de la Dehesa de la Villa

23 de abril de 2012

En recuerdo de nuestro amigo y socio Antonio, que nos dejó el pasado mes de febrero.

El pasado 18 de febrero fallecía, a los 89 años de edad, Antonio Escobar Burgos. Con él perdemos a uno de nuestros primeros socios y más entusiastas seguidores. Admirador y halagador de la actividad que realizamos en defensa de la Dehesa de la Villa, estaba siempre dispuesto a contribuir apoyando a la Asociación a través de las publicaciones que vamos editando.

Empresario de éxito, doctor en Derecho y profesor de Derechos Humanos en Alcalá de Henares, mecenas y amigo de artistas, no nos extendernos en su biografía. EL PAÍS, periódico al que estaba vinculado como uno de los primeros accionistas de PRISA, ha publicado dos necrológicas: Antonio Escobar, un espíritu libre (Álvaro Martínez-Novillo, 24-febrero-2012) y Antonio Escobar Burgos, abogado y empresario (Diego Hidalgo, 8-marzo-2012). Asimismo, su hijo Pablo está realizando un blog sobre la figura de Antonio Escobar. Quien lo desee, encontrará allí más datos sobre su vida y podrá acercarse a la enorme dimensión humana de Antonio.

Antonio Escobar al lado del busto de Antonio Machado, del que tenía una copia en el jardín de su casa.
(Foto: autor desconocido, años 70-80; cedida por Antonio Escobar)

Nosotros le recordaremos en su casa “El Torreón” de la calle Pirineos, tan ligada a la Dehesa de la Villa y sobre la que algún día tendremos que escribir un artículo monográfico. Siempre nos abría las puertas para recibir a las personas venidas de otras partes de Madrid cuando hacíamos las rutas guiadas por la Dehesa.

Antonio Escobar, gorra de plato negra y gabardina beige, muestra su casa durante la vista guiada que Adolfo Ferrero realizó para el CC Clara del Rey.
(Foto cedida por el CC Clara del Rey, enero 2011)

Allí, en “El Torreón”, o “El Castillo”, como también se conoce a la casa, nos contaba recuerdos de la Dehesa y nos recitaba poesías de Antonio Machado, por el que sentía especial admiración y cuyo busto presidía el jardín de su casa. Era una delicia escucharle.

El busto de Machado en el jardín. De él decía Antonio Escobar: “Nuestro íntimo amigo y gran escultor Pedro Barral, hermano de Emiliano, esculpió para nosotros con piedra rosa de Sepúlveda la copia de este busto que preside el rincón más bello nuestro jardín. Y cada mañana cuando abro la puerta de la casa, desde el descansillo de la escalera que a él conduce, mi primer saludo es para Don Antonio. Le deseo los “Buenos días” y repito siempre el estremecedor mensaje de “esperanza-desesperanzada” que transmiten estos tres versos: ‘Confiemos / en que no será verdad / nada de lo que sabemos’”

También queremos recordar a Antonio a través de las felicitaciones de Navidad, Pascueros, como él los denominaba, que puntualmente nos enviaba todos los años. Eran sus Pascueros entrañables tarjetas en cuya elaboración participaba toda la familia. A través de ellos, Antonio, además de felicitarnos las Pascuas y el año entrante nos daba noticias de hijos, nietos y bisnietos, desgranaba sentimientos y nos transmitía su especial visión del mundo. Como ejemplo, sirva este poema que nos envió en las Navidades de 1982, en recuerdo y homenaje a uno de sus compañeros durante la Guerra Civil.


No podemos terminar sin mencionar a su esposa, Julia Moreno Hilera (1919 – 2006), nacida en el entonces Tetuán de las Victorias y amante también de nuestra Dehesa de la Villa, a la que dedicó un capítulo de su libro de memorias infantiles y de juventud “Historias de la abueluchi”: “En mi colegio teníamos el privilegio de que un día hacíamos una excursión a la Dehesa de la Villa [...]. ¡Era nuestro vergel! Como quedaba cerca, íbamos andando. De dos en dos, y con nuestro uniforme blanco y un gran lazo en el pelo, la gente nos miraba pasar como a un grupo de palomitas disciplinadas. Llevábamos nuestra comida –tortilla, chuletas, pimientos fritos y fruta-. Por la tarde, cuando nos recogían nuestras familias en el colegio, alborotadas y con los lazos torcidos, ya no éramos ese ejército de palomitas, sino un montón de niñas cansadas pero felices”.

Es para nosotros un honor haber conocido y admirado a Antonio Escobar. Decía Diego Hidalgo en su necrológica, “con él va muriendo una generación que ha sido fundamental en la historia de España y con la que estamos en deuda”. Para saldar la nuestra, permítasenos incluirle como uno más dentro de nuestra serie
Personas ilustres en la Dehesa de la Villa:
- Ramón y Cajal y su cigarral de Amaniel
- Antonio de Zulueta un pionero de la genética en la Dehesa de la Villa / La Dehesa, la retama, el escarabajo y el cromosoma
- Ofelia Nieto y Ángeles Ottein, dos sopranos en la Dehesa de la Villa
- Antonio Escobar Burgos, vecino y Amigo de la Dehesa de la Villa
- J. M. Caballero Bonald: un poeta premio Cervantes en la Dehesa de la Villa
- Pablo Guerrero: cantautor y poeta

Botánica para todos en la Dehesa de la Villa (X)

16 de abril de 2012

Nueva entrega de la serie Botánica para todos... en la que Andrés Revilla nos habla de los madroños.

"El Madroño, Arbutus unedo.
Tal vez uno de los arbolillos más ibéricos, el madroño es un amante de las brisas húmedas y los ambientes templados, de los veranos frescos y los inviernos suaves. Indiferente al tipo de suelo el madroño trepa riscos o medra en valles profundos. Para colonizar las rocas le ayuda su fruto, devorado por los animales, deliciosamente embriagador y de cuyas propiedades luego hablaremos.

Siempre verde y siempre adornado, su fruta le acompaña durante todo el año, pues lo emplea entero para madurar de un invierno a otro, época en la que echa las flores.

(Foto: A. Revilla, 2002)

Su aspecto lauroide delata su carácter subtropical y su origen en el Terciario, cuando Arbutus preunedo vivía en bosques de laurisilva tal como lo hace hoy Arbutus canariensis en la espesura de las selvas canarias.

Pertenece a la amplia familia de los arándanos, brezos, gayubas y brecinas, las ericáceas, siendo su representante europeo de más porte. Allí donde le dejan adquiere una copa compacta y un tronco vigoroso, conociéndose algunos ejemplares de hasta catorce metros de altura.

Puede legar a ser dominante y formar bosques espesos y uniformes, impenetrables y compactos, con un dosel de diez metros o más y un suelo siempre lleno de hojarasca y rica fauna siempre a la busca de su abrigo y humedad. Buenos ejemplos de madroñal los encontramos en Salamanca (El Madroñal, con 80 ha), Montes de Toledo y Cabañeros y el noroeste de Badajoz.

Empleo medicinal.
Ya hemos comentado que el fruto es embriagador. En realidad no lo es, aunque los síntomas de su excesiva ingesta sean similares. La arbutina es un complejo que afecta al cerebelo y provoca náuseas, desequilibrio, mareos y dolor de cabeza. A nivel intestinal su efecto diurético es algo más débil que el de la gayuba, con la que comparte la subfamilia Arbutoidea. En ambos el arbutósido se desdobla al contacto con las bacterias intestinales y libera hidroquinona. Esta actúa como antiséptico de las vías urinarias. Es además un buen detoxicante para la sangre. Su ingesta, sea en decocción de corteza u hojas o como fruta debe ser siempre moderada. El nombre latino de Arbutus unedo significa literalmente “arbolillo come uno” (unum edo), aludiendo a no comer en exceso para no “embriagarse”.

Usos más desconocidos.
Aunque afamado, el licor de madroño no es tradicional. No pasa de 30 años su fabricación en Madrid, donde en el barrio de Lavapiés empezó a comercializarse esta bebida en un pequeño local donde además hacían pastelería con su fruto. No es un licor al estilo del pacharán obtenido por maceración. El licor de madroño se obtiene destilando la fruta rica en azúcares.

Mal combustible en fresco, el carbón de madroño, conocido como breña, es de una calidad excelente y causa directa de la poca presencia del arbolillo. Al igual que su pariente el brezo blanco, el madroño debía dominar grandes extensiones en un pasado del que ya quedan pocos ejemplos. El nombre vasco gurrbiz significa “leño vivo”, en clara alusión a la energética manera de arder. En Castellón se ha recogido un refrán relacionado con su combustión que dice así: “Si quieres mal a tu mujer, llévale leña de madroño”, aludiendo a lo mal que arde en fresco. Este pirófito mediterráneo es capaz de rebrotar de raíz y cubrir rápidamente una zona abrasada con miles de chirpiales, siendo un eficaz autorrestaurador de su hábitat.

El uso más elaborado que conocemos es el documentado en 1811 en Orense sobre la extracción de azúcar de sus frutos hasta el punto de conocerlo como “árbol del azúcar”.

Su corteza se ha usado como curtiente de pieles. Su raíz tiñe de amarillo y su corteza de gris.

Usos jardineros y reproducción.
Si lo que queremos es llenar el monte de arbolillos debemos recoger frutos maduros y limpiar la pulpa con agua y una batidora. Las semillas obtenidas se extenderán en un semillero de unos 8-10 cm de profundidad y se cubrirán ligeramente. Con humedad continua el madroño germina en primavera. No debemos tocar las plántulas hasta que tengan al menos un año y su tallo se encuentre lignificado. Si las tocamos en estado herbáceo las jóvenes plantas morirán sin remedio. Su rápido crecimiento nos regala arbolillos de tres años con medio metro de altura, aptos para llevar al monte y verlos crecer.

Se puede encontrar en viveros especializados una bonita variedad de madroño conocida como “rubra” cuyas flores son de color rosado y otra denominada “minima” de porte enano. Además es posible encontrar especies foráneas como Arbutus canariensis y sobretodo A. x andrachnoides, de corteza rojiza y muy lisa, con un bello ejemplar en el Real Jardín Botánico de Madrid. Menos común es A. menziesii y A. hybrida. Aprovecharemos a decir que el género lo componen 24 especies distribuidas en el hemisferio norte: A. unedo en Europa occidental, A. canariensis solo en Canarias, tres especies más en Eurasia y el resto en Norte y Centroamérica.

En la Dehesa ha sido plantado en diferentes localizaciones, encontrándose los mejores ejemplares cerca de los cedros y alcornoques que hemos mencionado en otros capítulos de la serie.

Siempre que se escribe sobre el madroño hay que hablar de Madrid, por lo del escudo. Es sabido que en Madrid provincia el madroño escasea mucho. En un pasado debió abundar más. Como testigo queda el topónimo Madroñal, aplicado a un monte de 844 m situado junto al río Aulencia en Villanueva del Pardillo y con una buena representación de la especie, aunque la finca es privada y no se puede visitar. Merece la pena acercarse a ver el ejemplar de la plaza de la Lealtad.

Nombres vulgares.
No le faltan a nuestro arbolillo nombres propios. Su extremada variedad refleja la heterogeneidad de nuestra cultura y el enorme saber popular de la gente de campo.

Castellano (que no sólo en Castilla): Madroñero-a, madroña, madrollo, merodo, albocera, alborocera, aborío, borto, albornos.

Portugués y gallego: Medronheiro, ervedo, ervedeiro, herbedo, érbedo, erbedro, erbedeiro-a, bedreiro, bedeiro, morongueiro, moroteiro, morodeiro, amorote, morote, morodo, ambrolo. Meisueiro en El Caurel.
Asturias: Calbedro, arbedeiro, borrachinal, caxigo, muérdano, yérbode.

Catalán: Arboc, arbocer, arbocera, arboçó, alborcó, alborcer, calboix, albrocer, alberconer, ambrocer, llipotet, llipoter, llicutet, cirerer de arboc, cirerer de llop, cirerer de pastor.

Eusquera: Gurrbiz, gurrbits, gurrbis, gurrbiski, gurrguski, kurrpits, kurrpiti, kurrpitz, kurrkuts, kulubiz, burrbutx, burrbuz, burbuza, burbiz, burguiz, burgux, kaudan, kaudana, ania-mania, animania, gurbistondo.

León: Madroño, madroñera, madroñal, madroñero, albornio, arbedeiro, hérbedo, alolico, alborto, muerganal, abortal, aborio. Merodo es propio de Villafranca de El Bierzo.

Asturias-León: Borrachinal, borrachineiro, marojo.

Andalucía: Arbusto.

Badajoz: Beduño

Mallorca: Arbossera

Menorca: Arbosser.

Navarra: Modrollos, berrubiete.

Aragón: Modrollera. Alborcel en Huesca.

Valencia: Alborsera.

La fruta: madroño, muérgano, borrachicos, borrachines, aloboniu, muédranos. Ameixos en El Caurel.

La flor: Flor de borrachin (Cabo de Peñas).

El bosque: albortal, albornial, alborocera, madroñal.

Los nombres madroño, morote y similares, provienen del prerromano “morotonu” y su variante “morotoneu”. Tal vez este nombre se relaciona con el bereber “árbol del morabito”, madroños retorcidos sobre os que cuelgan ofrendas los desafortunados con deformaciones corporales.

En eusquera borobil significa esférico y en castellano una borla es un adorno textil esférico denominado también madroña, muy popular en los trajes goyescos madrileños. Tenemos pues una posible relación entre borla-borto-albornio-abortal.

En bable se denomina marojo también al muérdago, cerrando así otro círculo de relaciones entre marojo y muérdago con marojo-muérgano y madroño.

Hasta la próxima cita."


Serie Botánica para todos en la Dehesa de la Villa:
- I - Flores y semillas de olmos y fresnos
- II - Forsitia o campanilla china
- III - Floración de los cipreses
- IV - Floración de los almendros y los ciruelos rojos
- V - Floración de las praderas
- VI - Los pinos de la Dehesa
- VII - Veronica chamaepithyoides: planta desaparecida
- VIII - Cedros
- IX - Encinas
- X - Madroños
- XI - Retamas
- XII - Acacias
- XIII - Pinos caídos en la Dehesa de la Villa
- XIV - Álamos

El viaje de agua de Amaniel

8 de abril de 2012

"Seguro que alguna vez, paseando por la Dehesa de la Villa, nos habremos preguntado por el significado de sus capirotes de granito. Quizá no sepamos que son parte integrante del antiguo viaje de aguas de Amaniel, también conocido como viaje de aguas de Palacio. Comenzamos hoy con una serie de entradas del blog en las que iremos dando a conocer algunos de los aspectos más relevantes de esta joya de la ingeniería hidráulica."

Es para nosotros motivo especial de satisfacción poder contar con la colaboración de expertos que nos ayuden en nuestra labor de divulgar los valores históricos y ecológicos de la Dehesa de la Villa. Tal es el caso del artículo que traemos a continuación sobre el viaje de agua de Amaniel, para el que hemos contado con la inestimable colaboración de Pedro Martínez Santos, socio de los Amigos de la Dehesa de la Villa.

Profesor Titular de la Facultad de Ciencias Geológicas de la Universidad Complutense de Madrid, Pedro Martínez Santos es experto en Hidrogeología, tema sobre el que ha desarrollado numerosos estudios y sobre el que tiene editadas gran número de publicaciones. Agradecemos sinceramente a Pedro Martínez Santos esta primera colaboración que deseamos tenga continuidad.

El viaje de aguas de Amaniel: seña de identidad de la Dehesa de la Villa

© del texto, Pedro Martínez Santos, reproducido con permiso del autor. Cualquier uso posterior de este material por terceros deberá ser aprobado expresamente por el autor.

Para entender el viaje de aguas de Amaniel en su contexto, es importante saber primero qué eran los antiguos viajes de agua de Madrid y cómo funcionaban. Los viajes eran túneles subterráneos destinados a la captación y conducción de agua freática: no en vano, el nombre de viaje es una contracción madrileña del latín via aquae (“camino del agua”). Podían llegar a medir varios kilómetros de longitud y tenían una profundidad máxima de cuarenta o cincuenta metros. Esta profundidad era suficiente para alcanzar el nivel del agua en el subsuelo, lo que hacía que esta se infiltrase directamente desde el terreno a las galerías.


Galería de conducción del viaje de agua a su llegada al arca de Amaniel.
(Foto: A. Ferrero, 2005)

Los viajes habitualmente nacían en el extrarradio, en zonas con suficiente desnivel topográfico con respecto a la ciudad como para que el agua captada pudiera circular hasta ella por gravedad. Solían tener su origen en zonas de pequeños manantiales, puesto que estos constituían una garantía inequívoca de la presencia de agua en el subsuelo.

Para construir un viaje se excavaban primero una serie de pozos verticales, que se prolongaban hasta alcanzar el nivel freático. Estos se iban uniendo después por la base mediante un túnel lo suficientemente grande como para permitir el paso de una persona. Mediante un ingenioso sistema de nivelación del terreno, las galerías de unión se construían para que el extremo más cercano a Madrid quedase siempre más bajo que el resto. Se conseguía con ello que el agua fluyese siempre en dirección a la ciudad. Así, las galerías actuaban como canales subterráneos de captación y conducción.


Los viajes consistían en galerías subterráneas ideadas para recoger agua freática por infiltración. Eran construidas con la suficiente profundidad, inclinación y desnivel topográfico como para conducir el agua por gravedad desde las afueras hasta Madrid. Por “afueras” debemos entender lo que hoy son distritos de la ciudad como Chamartín o Fuencarral, ya que el crecimiento de Madrid por el norte estuvo limitado por la cerca de Felipe IV –calles de Alberto Aguilera, Carranza, Sagasta y Génova– hasta finales del siglo XIX.

Concluida la construcción del viaje, los pozos verticales servían como puntos de acceso para tareas de mantenimiento y limpieza. Su entrada se tapaba para reducir el riesgo de contaminación y evitar la caída de personas o animales. En muchas ocasiones, la cubierta tomaba forma de “capirote”: una losa piramidal de granito de aproximadamente un metro de alto por un metro de ancho. Aunque la mayoría de estos capirotes han desaparecido, todavía encontramos algunos ejemplares integrados en el paisaje urbano de Madrid. Por su número son destacables el conjunto de la Dehesa de la Villa, perteneciente al viaje de aguas de Amaniel, y el del Parque de la Ventilla, posiblemente asociado al antiguo viaje de la Alcubilla.

Los capirotes de la Dehesa de la Villa, pertenecen al antiguo viaje de aguas de Amaniel. Los capirotes eran losas de granito de forma piramidal que servían para cubrir las chimeneas verticales de acceso.
(Foto: Pedro Martínez Santos)

Con el tiempo, el paso del agua dañaba los laterales y las esquinas de las conducciones, favoreciendo los derrumbamientos. Además, por la propia naturaleza del método de captación, era inevitable que el agua procedente del terreno llegase a la galería con cierta carga de sólidos en suspensión. Para contrarrestar ambos problemas era habitual construir depósitos en los codos. Estos depósitos –comúnmente conocidos como “arcas” o “cambijas”, según estuvieran bajo el suelo o en superficie– rompían la fuerza de la corriente y facilitaban la decantación de finos. También se usaban para distribuir el agua directamente a la población, principalmente a través de las muchas fuentes repartidas estratégicamente por la ciudad. Algunas de las fuentes más conocidas fueron la Fuente del Berro –a la que se atribuían propiedades medicinales–, la de los Caños del Peral, o la de la Salud.

Los viajes de agua suministraron agua potable a la capital durante casi un milenio: desde los tiempos de la dominación musulmana hasta entrado el siglo XX. Su abandono y destrucción tiene su origen en la puesta en operación del imponente acueducto del Canal de Isabel II, que consiguió traer las aguas del Lozoya por primera vez a la capital en la segunda mitad del siglo XIX.

El viaje de aguas de Amaniel es una auténtica joya de la ingeniería hidráulica cuyos vestigios podemos visitar en el entorno de la Dehesa de la Villa. Fue construido en torno a 1613 para proporcionar agua al Alcázar de Madrid –hoy Palacio Real– y se mantuvo operativo hasta mediados del siglo XX.

Aunque el viaje de Amaniel fue propiedad exclusiva de la Corona, la negligente generosidad de los reyes hizo que terminase por surtir a algunos conventos, cuarteles y fuentes públicas, hasta el punto de ocasionar frecuentes problemas de suministro en las dependencias palaciegas. Los legajos del Archivo General de Palacio ponen de manifiesto que este fue origen de no pocos quebraderos de cabeza para los arquitectos y fontaneros del rey a través de los tiempos.

El origen del viaje bien pudo estar relacionado con el retorno de la capital a Madrid en 1606. Se han escrito ríos de tinta sobre las razones que motivaron este traslado –y el previo a Valladolid– sin que hasta la fecha haya consenso al respecto. Muchos han atribuido ambos movimientos a los intereses personales del Duque de Lerma, valido de Felipe III. Sin embargo, un grupo de estudiosos ha querido ver en el agua otra razón de peso. Es bien conocido que Felipe II, padre del citado soberano, fracasó repetidas veces en su intento de garantizar un suministro de agua corriente al Alcázar (hoy Palacio Real), como también lo es que la red de abastecimiento de Madrid atravesaba dificultades a finales del siglo XVI, lo que comprometía la expansión de la urbe. El traslado a Valladolid –“ciudad de ríos útiles y ricos manantiales” – bien pudo guardar relación con el acuciante problema del agua. Hay que tener en cuenta que la construcción de los principales viajes de los que hoy tenemos noticia tuvo lugar en las primeras décadas del siglo XVII, lo que demuestra que la ciudad destinó una enorme suma de dinero a la mejora de sus infraestructuras hidráulicas justo después del retorno de la Corte. Por ello, se ha llegado a sugerir que las reformas en la red de agua potable formaron parte de los compromisos adquiridos por la Villa para recobrar su condición de capital del Reino.

A modo orientativo, puede decirse que el viaje de Amaniel tenía dos ramales de cabecera, uno partía de la Dehesa de la Villa y el otro del Cerro de los Pinos (hoy Parque de la Ventilla). Ambos confluían a la altura del parque de Ofelia Nieto, y dirigían su caudal conjunto hasta el arca principal de Amaniel (cuyos restos se conservan en un pequeño parque de la calle Juan XXIII). Desde ahí, la galería principal tomaba camino de la calle Guzmán el Bueno, que seguía aproximadamente hasta la altura de Fernando el Católico. Se desviaba entonces en dirección a la Glorieta de San Bernardo, donde tomaba la calle del mismo nombre hasta llegar a la Plaza de Santo Domingo, la Costanilla de los Ángeles y el Palacio Real. Hay que enfatizar, sin embargo, el carácter “orientativo” de esta descripción, ya que la cartografía de los siglos XIX y XX demuestra que la traza mudó varias veces en el interior del casco antiguo. Gracias a los manuscritos consignados en el Archivo General de Palacio, sabemos también que el tramo de cabecera de la Dehesa de la Villa y el de aproximación de la calle Guzmán el Bueno no forman parte del viaje original: se corresponden más bien con las reformas realizadas por Saqueti a mediados del siglo XVIII, que dejaron inoperativas las primitivas galerías.

Del viaje de agua de Amaniel conservamos algunos restos en la Ciudad Universitaria y su entorno inmediato. Por fortuna, todos son visitables. Destaca el conjunto de ocho capirotes de la Dehesa de la Villa y la confluencia de galerías del arca de Amaniel, situada a la altura del número 46 del Paseo de Juan XXIII. Estas últimas incluyen también un pozo vertical de acceso y un pequeño capirote.


Los restos del arca de Amaniel que encontramos en la calle Juan XXIII fueron hallados durante unas excavaciones.
(Foto: A. Ferrero, 2005)

En sucesivas entradas del blog iremos revelando nuevas informaciones sobre el viaje de Amaniel. Aunque haremos frecuentes referencias a textos modernos, para ello nos basaremos fundamentalmente en las fuentes originales, es decir, en los documentos y mapas del Archivo General de Palacio.

Bibliografía y lecturas recomendadas:

- ARCHIVO GENERAL DE PALACIO. Fondo Administración General. Legajos 8-1, 14-1 y 2, 18-1.
- GUERRA CHAVARINO, Emilio. 2011. “Los viajes de agua y las fuentes de Madrid. Los viages-qanat”. Ediciones La Librería. Madrid. 442 págs.
- LÓPEZ LINAGE, Javier. 2001. “Organización y finanzas de las obras fontaneras de Madrid (1561-1868)”. Estudio inédito. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 273 págs.
- MARTÍNEZ ALFARO, Pedro Emilio. 1977. “Historia del abastecimiento de aguas a Madrid. El papel de las aguas subterráneas”. Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 14:29-51.
- MARTÍNEZ SANTOS, Pedro. “Anotaciones sobre el trazado del viaje de aguas de Amaniel o de Palacio”. Revista de Obras Públicas. En revisión para publicación.
- TROL, Carl; BRAUN, Cornel. 1974. “El abastecimiento de agua de la ciudad por medio de qanates a lo largo de la historia”; Geographica 1974:235-313.