Blog de la Asociación Cultural Amigos de la Dehesa de la Villa
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José Manuel Caballero Bonald: un poeta premio Cervantes en la Dehesa de la Villa

29 de noviembre de 2012

Entrevista con el poeta J.M. Caballero Bonald, vecino de la Dehesa de la Villa y, desde hoy mismo, premio Cervantes.

Continuando con nuestra serie sobre personas ilustres relacionadas con la Dehesa de la Villa, tenemos el privilegio de poder traer hoy a estas páginas la entrevista que recientemente nos ha concedido José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926), vecino de la Dehesa de la Villa desde hace casi 50 años, al que le ha sido concedido hoy mismo el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, el más prestigioso de cuantos se conceden "en reconocimiento a la labor creadora de escritores cuya obra ha contribuido a enriquecer de forma notable el patrimonio literario en lengua española".

La entrevista, que realizamos hace apenas unos días, estaba programada para ser publicada en nuestro blog dentro de un par de semanas. Pero el fallo del Cervantes nos ha hecho considerar la oportunidad de publicarla hoy mismo para hacerla coincidir con tan insigne reconocimiento.

Encuadrado dentro de la denominada Generación de los 50, de la enorme dimensión de la figura literaria de Caballero Bonald dan fe los cientos de reseñas bibliográficas, tanto de su obra en prosa como de su obra poética, incluyendo tesis, ensayos, libros, artículos..., las más de 400 entrevistas que ha concedido a diferentes medios de comunicación, así como los numerosos premios, además del Cervantes, que le han sido concedidos a lo largo de su trayectoria literaria.

No nos ocuparemos aquí, no obstante, de su obra ni biografía: sitios hay más especializados para ello. Quien lo desee podrá encontrar toda la información al respecto en la página de su Fundación, incluyendo una breve guía didáctica con una selección de textos para el estudio de su trayectoria y trabajo literario.

Es más nuestro interés acercarnos a su dimensión humana y a la relación que durante casi 50 años mantiene con la Dehesa de la Villa. Aunque con algunas intermitencias, Caballero Bonald lleva residiendo en la c/ María Auxiliadora desde principios de los años 60 y ha sido testigo de primera mano de los cambios que la Dehesa y sus alrededores han experimentado en este periodo. Agradecemos a J.M. Caballero Bonald su predisposición y la rapidez en atendernos a pesar de sus numerosos compromisos, así como la gentileza y amabilidad del trato que nos ha dispensado. Queremos agradecer igualmente a Javier del Monte, arquitecto y convecino de la c/ María Auxiliadora, quien nos ha facilitado el acceso a Caballero Bonald para la realización de esta entrevista.

"La Dehesa sigue siendo un espacio natural extraordinario... Hay que luchar porque nadie vulnere esa propiedad del pueblo"

- (Pregunta) En su libro de memorias “La costumbre de vivir” relata que, a su vuelta de Colombia en 1963, se trasladó a vivir a la Dehesa de la Villa “a una zona urbana muy de mi gusto”. ¿Conocía de antes la Dehesa de la Villa? ¿Qué era lo que más le atraía de la zona y lo que le hizo decidirse por la que actualmente sigue siendo su casa?
- (Respuesta) Yo conocí la Dehesa a poco de llegar a Madrid, a mediados de los 50. Me agradaba mucho pasear por ese enorme pinar entonces medio olvidado, un auténtico bosque en estado natural, con sus secretos y sus recuerdos de la guerra civil todavía muy vivos. Luego, al cabo de los años, a mi regreso de Colombia, en 1963, estuve en casa de Fernando Quiñones, que vivía justo al lado de la Dehesa, en un edificio de nueva planta. Nos gustó tanto a mi mujer y a mí la situación y el carácter de ese piso que enseguida adquirimos el último que quedaba sin vender en esa casa. Cada vez estoy más satisfecho de esa elección.

(P) -Menciona igualmente en el libro que en su edificio “residían, o no tardarían mucho en hacerlo”, Francisco Brines, Fernando Quiñones, José Ramón Ripoll, Arcadio Blasco y su esposa Carmen Perujo. Casualidad, recomendaciones entre amigos, gusto común por la Dehesa de la Villa..., ¿a qué se debió tal concentración de personalidades en un mismo edificio?
(R) -No sé, supongo que fueron recomendándose esos pisos entre ellos. Creo que Paco Brines y yo fuimos los últimos. También vivía aquí al lado, en la esquina de Federico Rubio, Fernando Delgado, el novelista y locutor, que fue en tiempo director de Radio Nacional.

(P) -También en “La costumbre de vivir” habla sobre la lucha antifranquista y que se celebraban algunas reuniones en su casa. ¿Cómo eran aquellas reuniones? Por otro lado, ¿celebrarlas en su domicilio no suponía un riesgo añadido habida cuenta de la cercanía del cuartel de la Policía?, ¿tuvieron algún problema por ello?
(R) -No, nunca tuve problemas a raíz de esas reuniones clandestinas. Los asistentes se cuidaban mucho de sortear los riesgos de ser descubiertos y tenían muy bien estudiado el itinerario para llegar hasta mi casa dando rodeos, cada uno por su cuenta. El hecho de que el cuartel de la Policía estuviera justo enfrente podía ser incluso favorable. ¿Quién se iba a atrever a reunirse para conspirar en la boca del lobo?

(P) -A propósito de lucha antifranquista, en una conversación con Santiago Carrillo nos comentó que, cuando el episodio de la famosa peluca en diciembre de 1976, un poeta andaluz le había dejado las llaves de su casa. Y en algunos sitios se lee que fue su casa donde se “escondió”. ¿Es cierto, se alojó en su casa Santiago Carrillo?, ¿cómo vivieron esos días?
(R) -No, no exactamente. Lo cierto es que yo no asistí nunca a esas reuniones del comité central del PC en mi casa, sobre todo porque yo la había cedido con esos fines como una prueba de solidaridad, pero nada más. Yo trabajaba entonces en la lucha antifranquista junto al PC, pero nunca me afilié ni al PC ni a ningún otro partido. Una tarde, sin que tuviésemos ningún aviso previo, apareció por aquí Carrillo, a quien mi mujer y yo reconocimos a pesar de la peluca. Eso fue todo.

(P) -Al hilo de lo anterior, por su casa seguramente habrán desfilado multitud de personas, intelectuales, escritores, artistas, etc. ¿Alguno de ellos mostró especial predilección por la Dehesa de la Villa?
(R) -Era bastante frecuente ese interés por la Dehesa. Los amigos, los escritores y periodistas que me han visitado solían hablar de la proximidad de la Dehesa como de un auténtico aliciente urbano. Tener al lado ese parque tan hermoso suponía efectivamente un privilegio. Muchas entrevistas me las han hecho paseando por allí o sentado en algún banco y en la última que apareció en El País me hicieron unas fotos excelentes entre los pinos.

J.M. Caballero Bonald paseando entre los pinos de la Dehesa de la Villa. 
Fotografía publicada en la entrevista a El País, 07-01-2012 / Gorka Lejarcegi

J.M. Caballero Bonald en la Dehesa de la Villa.
Fotografía publicada en la entrevista a El Correo, 25-02-2012 / José Luis Nocito

(P) -Cuando Ud. vino a vivir a María Auxiliadora, el aspecto de la Dehesa era muy diferente del actual. Aún era un espacio completamente forestal, antes de las reformas que a finales de los años 60 y principios de los 70 la transformaron parcialmente en parque urbano con zonas de césped, miradores, columpios, fuentes, bancos, etc. A lo largo de estos años, ¿en qué cree que ha mejorado la Dehesa y en qué otros aspectos ha empeorado?
(R) -Es posible que haya mejorado en tanto que lugar de recreo, pero ha perdido inevitablemente su carácter de naturaleza en estado puro. Comprendo que ahora presta un servicio muy eficiente a quienes frecuentan la Dehesa, pero aquellos paseos entre las colinas, los desniveles, las excursiones dominicales, los rincones boscosos, ya tienen otro carácter. En todo caso, la amplitud de la Dehesa ofrece muchas oportunidades: también ahora puede uno perderse por alguna zona solitaria. Hay zonas en que lo más frecuente es caminar un buen rato sin cruzarse con nadie.

(P) -Igualmente, desde 1963 a la actualidad los alrededores de la Dehesa han cambiado sustancialmente. Desde la zona de Bellas Vistas y Francos Rodríguez a los nuevos barrios que surgieron a mediados de los 60 y principios de los 70 (Valdezarza, Saconia/Ciudad de los Poetas...), pasando por otros barrios que han sufrido grandes remodelaciones (Valdeconejos, Belmonte/Quemadero, etc.). ¿Frecuentaba Ud. alguna de estas zonas? ¿Qué recuerdos tiene de estas zonas limítrofes y qué le parece el cambio que han vivido estos barrios?
(R) -En ese aspecto urbanístico sí que ha cambiado esta zona de Madrid. Cuando yo me vine a vivir en 1963 al piso donde todavía vivo buena parte del año, a un paso de la Dehesa de la Villa, el barrio era muy distinto. Yo solía decir que vivía en la última casa, a mano izquierda, saliendo de Madrid para La Coruña. Y fíjese en que se han convertido todos estos contornos. Recuerdo haber viajado varias veces en un tranvía que iba de Quevedo a Peñagrande, pasando por Francos Rodríguez, y el paisaje que atravesaba a partir de la Dehesa era de huertas y desmontes. Andando el tiempo, frecuenté mucho el barrio de Saconia/Ciudad de los Poetas. Allí vivieron dos escritores amigos: Blas de Otero y Fanny Rubio y en ese Instituto estudió alguno de mis hijos.

(P) -También este periodo ha sido testigo del cambio sufrido por algunos de los edificios históricos de los alrededores de la Dehesa. Por ejemplo, las Escuelas Bosque, que estuvieron en pie hasta los años 70 y de las que hoy sólo queda uno de los antiguos pabellones; o el Grupo Escolar Francisco Giner (hasta hace poco Andrés Manjón), que perdió la piscina y sufrió una ampliación a mediados de los 70; la piscina Tritón, que desapareció en los años 70; o algunas de las casas de la c/ Pirineos, como la Quinta El Mirador, de la que hoy sólo queda la valla... ¿Echa de menos alguna edificación de las que había cuando vino a vivir a la Dehesa?, ¿cuál de los edificios históricos que actualmente perviven en los alrededores de la Dehesa es su preferido?
(R) -Quizá el de las antiguas escuelas Bosque, o lo que queda de esas edificaciones. Me agrada la entrada por Francos Rodríguez, amplia y sombreada. Los chalés de la calle Pirineos, antes de que derribaran los más significativos, formaban desde luego un conjunto urbanístico especialmente atractivo. A veces, también me perdía por lo que se llamaba la Huerta del Obispo, hoy convertida en un parque algo frío y poco frecuentado.

(P) -En todos estos años también ha cambiado la relación que los vecinos mantienen con la Dehesa. ¿Cómo percibe Ud. este cambio en las relaciones entre vecinos y en el uso que hacen de la Dehesa de la Villa?
(R) -Creo que se han modificado bastante las relaciones de los nuevos vecinos con la Dehesa. Yo creo que antes, cuando la Dehesa estaba mucho más aislada de lo que ahora está, la Dehesa era un desahogo, un lugar extraordinario para el esparcimiento, una posibilidad de evasión en tiempos sombríos. Se iba allí a pasar el día, a comer en familia por algún paraje. Todo tenía un encanto provinciano humilde y acogedor. Hoy casi se ha convertido en un albergue de jubilados que juegan a la petanca. Pero sigue siendo un espacio natural extraordinario, incluso a veces, con buen tiempo, se ven más niños que antes. Hay que luchar porque nadie vulnere esa propiedad del pueblo.

(P) -La Dehesa de la Villa ha sido objeto de numerosas reivindicaciones vecinales para su conservación y mejora (cierre al tráfico de la antigua carretera, protestas por urbanización y ajardinamiento, CIEMAT, etc.). ¿Participó Ud. de alguno de estos movimientos vecinales y actos de protesta?
(R) -Firmé al menos algún manifiesto.

(P) -Los quioscos, merenderos, ventas... de la Dehesa y sus alrededores fueron lugar de encuentro y diversión de numerosos intelectuales, artistas y otras personalidades del mundo del espectáculo. Miguel Gila, Camilo José Cela, Paco Rabal, Lola Flores y otros muchos han mencionado en alguna ocasión la Venta de la Peque (posteriormente denominada de la Villa), la Venta El Pinar (luego Toki-Eder), los merenderos de Valdeconejos, etc. ¿Frecuentaba Ud. alguno de ellos o recuerda alguno en especial?
(R) -No, apenas frecuenté esos enclaves más bien nocturnos. Recuerdo sobre todo la que se llamó en tiempos la Venta de la Peque, a la que fui un par de veces, una de ellas precisamente con Paco Rabal y otros amigos. También recuerdo un bar muy característico, yendo hacia Peñagrande, el Ricote, y un merendero que había al final de la que era la carretera de la Dehesa.

(P) -En la actualidad, y después de tantos años viviendo en la zona, ¿qué es lo que le sigue gustando de la Dehesa y sus alrededores?, ¿cuáles son sus lugares predilectos de la Dehesa y cómo los usa (para pasear, meditar, observar...)?
(R)-Ya no paseo tanto como antes por la Dehesa. La edad me impide a veces caminar como querría. Durante años iba mucho por el llamado Cerro de los Locos y alrededores. También me perdía por los declives de pinares que hay por detrás de esa Institución hospitalaria de Fabiola de Mora… Ahora soy más sedentario, me siento de vez en cuando con mi mujer, con algún amigo, en uno de los merenderos modernos frente a La Paloma. Pero el paisaje urbano ya no es el mismo, claro. Tampoco yo soy el mismo.

(P) -¿Recuerda Ud. alguna anécdota o hecho curioso que le haya acontecido en la Dehesa de la Villa?
(R) -Bueno, por el Cerro de los Locos siempre podían ocurrir episodios de interés. Allí se reunía y creo que se sigue reuniendo un censo de personajes de lo más curioso. Forman como una comunidad aparte, con sus reglamentos privados y todo. Hacen una vida de auténticos amantes del aire libre, cuidan de las zonas ajardinadas que ellos mismos han creado, toman el sol, juegan al frontón, defienden su entorno…

(P) -Ud. tiene un poema titulado “Dehesa de la Villa” ("Pliegos de cordel", 1963). ¿Le ha servido la Dehesa de inspiración en algún momento de su trayectoria literaria o para alguna otra de sus obras?
(R) -Ese poema tiene un carácter social, lo escribí a poco de venirme a vivir a mi piso de María Auxiliadora. Sí, supongo que mientras iba paseando por la Dehesa, debí experimentar algún incentivo literario.

DEHESA DE LA VILLA
J.M. Caballero Bonald (en Pliegos de cordel, 1963).
Reproducido con permiso del autor.

Domingo en derredor, redondo
día cárdeno
con cara de moneda, rueda
de abrigo semanal apretujando
al lunes contra el sol
de la barranca, sexualmente sórdido
como la colcha de un prostíbulo.

Cobarde día en calma encaramado
a las tapias del mes, dichoso
mientras finge
su avara libertad bajo los pinos
y hay un hombre,
una mujer, un niño, un pueblo junto,
que arriman de precario su alegría
a tu mantel de tedio y a tu sábana
de bulliciosa privación.

Todo el peso del día es una losa
y sobre ella tienden
la insurrección de la comida,
los bordes de botella del jornal,
el sobrante del sueño, muchas
horas de azar recién gastado.

Y el domingo restaura por detrás
del polvo un triste traje azul, cortado
a plazos como un bosque, limpio
como la podredumbre de la cal,
y va y le suelta el pelo
a las muchachas, le hace guiños
al turno del destajo, le recose
el forro al desamor.

                              Descanso
eventual, sombra en acoso,
la vida pasa, irrumpe
sin el lastre del tiempo en la dehesa
de la villa, va soltándole hilo
a la cometa. Sólo
se quedan los que nunca vuelven.

Serie Personajes célebres en la Dehesa de la Villa:
- Ramón y Cajal y su cigarral de Amaniel
- Antonio de Zulueta un pionero de la genética en la Dehesa de la Villa / La Dehesa, la retama, el escarabajo y el cromosoma
- Ofelia Nieto y Ángeles Ottein, dos sopranos en la Dehesa de la Villa
- Antonio Escobar Burgos, vecino y Amigo de la Dehesa de la Villa
- J. M. Caballero Bonald: un poeta premio Cervantes en la Dehesa de la Villa
- Pablo Guerrero: cantautor y poeta

El Canalillo

21 de noviembre de 2012

Recuerdos de la infancia alrededor del Canalillo. Con fotografías antiguas de José Luis Berzal.

Uno de los temas que teníamos pendientes de abordar era el del Canalillo a su paso por la Dehesa y alrededores, pero no terminábamos de decidir cómo hacerlo. Por un lado, disponíamos de unas fotografías antiguas que José Luis Berzal nos había cedido para el álbum colectivo que sobre la Dehesa y sus barrios estamos elaborando. Pero por otro lado, nos parecía redundante abordar este tema de la forma en que habitualmente lo hacemos; nuestros amigos de Historias Matritenses tienen ya publicado un magnífico artículo sobre la historia del Canalillo de Madrid que, aunque no se centra exclusivamente en el ramal Norte (el que discurría por la Dehesa y sus inmediaciones) proporciona toda la información básica sobre su construcción, recorrido, etc.

Recientemente, uno de nuestros lectores, Manuel Michelena, se puso en contacto con nosotros para ofrecernos una colaboración en forma de relato con los recuerdos de su infancia alrededor del Canalillo. Dicho y hecho, Manuel nos proporcionó un relato entrañable de andanzas y correrías de chavales por el Canalillo allá por los años 50, en el que parecían encajar más que a propósito las fotografías de que disponíamos. El resultado es el artículo que ofrecemos a continuación, en el que, además de contarse cómo era el Canalillo, aparece reflejado uno de los barrios próximos de la Dehesa, el que se situaba en la zona baja de Francos Rodríguez, entre la c/ Pirineos y el actual Paseo de Juan XXIII.

A ambos, Manuel Michelena y José Luis Berzal, les quedamos profundamente agradecidos por su amable colaboración.

Nuestro cuartel general. El Canalillo.
Texto: Manuel Michelena. Fotos: José Luis Berzal. Con permiso a la Asociación Cultural Amigos de la Dehesa la Villa para su reproducción; cualquier uso posterior por terceros deberá ser aprobado expresamente por los autores.

Desde la Dehesa de la Villa, hasta Reina Victoria, pasando por el puente de Amaniel y el Caño Gordo, era el canalillo nuestro teatro de operaciones. Allí cogíamos varas, de unos árboles que llamábamos mal hueles y jugábamos a espadachines; cuando fuimos creciendo, arrancábamos varas, y saltábamos de un lado al otro del canal utilizándolas como si fueran pértigas.

‘Mal huele’ es uno de los nombres populares que se le da al ailanto. En la imagen, unos chavales que podrían ser perfectamente los protagonistas de nuestro relato, cortan varas de ailanto en la orilla del Canalillo. En la esquina superior izquierda puede verse un trozo del letrero donde se indica que es el ramal del Norte.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

Pescábamos ranas, a las que luego hacíamos fumar, abriéndoles su gran boca. También era divertido coger culebras que llevábamos al barrio para asustar a las chicas. Había un chico, que le llamábamos Kadul al que admirábamos mucho, que se metía las culebras dentro de la camisa. Todos le mirábamos sorprendidos, y las chicas se preguntaban dónde estaría la culebra, y nuestro buen amigo se la sacaba por debajo de los calzoncillos a la altura de las rodillas. Era un chico un poco desgarbado, alto, moreno, más bien casi negro, poco hablador pero que se había ganado el respeto de nuestra cuadrilla, ya que ninguno de nosotros era capaz de hacer lo que él hacía. Había uno, el Ginés que se metía las ranas, pero eso ya no nos impresionaba tanto. Yo alguna vez lo intenté, para quedar bien con los chicos, pero no era muy agradable. Te entraba un cosquilleo, y arañaba un poco y no paraba de moverse. Lo bueno era meterse tres o cuatro a la vez.

Alguien descubrió un día unos pececillos pequeños y estuvimos inventando artilugios para poder pescarlos, pero no lo conseguimos. A mí me fastidió ese fracaso y una mañana cogí un tenedor de mi casa, un alambre y corté una vara grande del canalillo. Estuve cerca de dos horas intentando ensartar a los pobres bichos, pero no conseguí nada. Se ve que de eso no dependía nuestra supervivencia, porque ahora veo reportajes en la TV y a personajes medio desnudos, pescando con lanzas, aparentemente con facilidad. Bueno realmente mis peces eran bastante pequeños.

Es curioso, que a pesar de que las aguas del canal iban generalmente limpias, y que apenas cubría un metro, casi nunca nos bañábamos. Se ve que eso de lavarse y bañarse no se llevaba mucho en la clase obrera. Nuestro deporte consistía generalmente en saltarnos el canal de una orilla a otra, ya que apenas tenía dos metros de ancho, medida aceptable para nuestra edad.

Dos niños caminan por el borde del Canalillo. Puede apreciarse perfectamente su anchura y profundidad tal como se menciona en el relato. Obsérvese que los niños portan cántaros y una lechera; seguramente irían a por leche a alguna de las varias vaquerías o majadas que había por la zona.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

A propósito de esto, recuerdo una historia que me ha quedado grabada, y que mis amigos han recordado pasado el tiempo con bastante frecuencia. Uno de los juegos de la pandilla era nombrar a un jefe, y hacer todo lo que él hacía. Se llamaba el juego seguir a la madre. Pues bien, se unió a nuestro grupo un chaval del otro barrio, que no era habitual que estuviera con nosotros, y quiso entrar en el juego. Nosotros le dijimos que era muy pequeño y que el juego era difícil jugarlo. Tanto insistió que al final lo admitimos. Hicimos barbaridades por el barrio, y como siempre acabábamos en el canalillo. Nos colamos por las alambradas, que eran de púas, y pasábamos entre medias con todos los cuidados.

Enternecedora imagen de un niño asomándose al Canalillo apoyado en las alambradas.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

Nuestro buen Mito, que así se llamaba el chaval, nos fue siguiendo a trancas y barrancas, pero llegó la hora de ir saltando el canalillo siguiendo a la madre, y aquí llegaron las dificultades para nuestro pobre amigo. Falto de facultades no podía superar los dos metros y tomando carrerilla, saltaba y se pegaba con el borde cayendo al agua, así que decidimos después de jalearle todos, que lo cruzara a pie. Al pobre le llegaba el agua por la cintura. Parecía un Cristo, y para más Inri, en medio del juego apareció por una curva el guarda, que nos la tenía jurada. Como pájaros asustados, huimos en desbandada saliendo por las alambradas como pudimos. Detrás un guarda enfurecido, tirándonos piedras, llamándonos cabrones, cagándose en nuestra puta madre y otras lindezas.

Otra vista de la alambrada del Canalillo, en este caso a su paso por la Dehesa de la Villa a la altura del Cerro de los Locos. En la esquina inferior izquierda puede apreciarse el letrero del Canal prohibiendo el paso.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

Llegamos cada uno a nuestra casa como pudimos y a la hora de comer ya se me había olvidado el incidente, ya que era bastante habitual en nuestro programa de festejos. Estaba comiendo tan tranquilo en mi casa con mi madre y mis hermanos, y escuchamos un alboroto en el jardín, me asomo, y veo en la puerta un montón de chicos y una vieja llevando de la mano al Mito. El espectáculo era jodido. Una vieja chillando, el Mito todo mojado y con los pantalones rotos. Mi madre que se asomó al ver el ruido de la vieja, acostumbrada un poco a las aventuras de su hijo, solo exclamó ¡ene ama! Que siempre decía cuando ocurría en casa alguna cosa fuera de lo corriente.

La verdad, el número era impresionante. Cuando salimos de estampida con el guarda pisándonos los talones el chaval se arrastró hasta las alambreras, y se enganchó los pantalones. Yo no sabía qué hacer, y de repente el Mito, señalándome con el dedo le dijo a su abuela que no dejaba de chillar, ¡Ha zido eze! el pobre ceceaba un poco. Salimos como pudimos del lance. El castigo de mi madre fue varios días sin salir, y desde luego al Mito ya no le volvimos a admitir en nuestra pandilla.

Una pandilla de chavales juega con una carabina de perdigones en las proximidades del Canalillo, en la vaguada que había entre las actuales calles del Almirante Francisco Moreno y del Camino de las Moreras.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

Ya he mencionado al guarda, quiero decir que nosotros le dábamos bastante trabajo y el hombre siempre estaba de mala leche. Cuando bajaba a las tiendas del pueblo a por tabaco o a tomarse un chatillo en la taberna del Sr. Fermín desaparecíamos todos de la calle por donde el pasaba, y si quedaba alguno, era blanco de sus miradas amenazantes. Le llamábamos Gazaparullo y se lo gritábamos siempre que estábamos lejos de su alcance y él, como siempre, nos llamaba cabrones e hijos de puta. A unos cuantos nos la tenía jurada, pues ya nos conocía de otras veces… Sin embargo, lo que es la vida, hubo una circunstancia en la que pagamos por nuestro pecados con el guarda. Un día de correrías, fuimos a los viveros, nuestro límite del territorio con el caño Gordo, y estuvimos cogiendo moras y amajuelas, terminando nuestra jornada, entrando al canalillo a la altura del Colegio de Huérfanos de Ferroviarios, para tranquilamente salir por la puerta que siempre estaba abierta para el paso de los guardas, a la altura del merendero de Casa Gorris.

Evocadora estampa de cómo eran las inmediaciones de la Dehesa de la Villa a mediados del s. XX.
En la imagen, la c/ Tremp. A la izquierda, entre los árboles y el poste de la luz, puede verse la esquina del alero de una casa que todavía pervive en el número 42. La acera derecha ha desaparecido completamente; nótese en la esquina superior derecha el cartel anunciando Casa Gorris.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

La verdad que íbamos relajados, llenas las manos de moras y amajuelas, cuando de repente encontramos en la puerta un mozarrón fuerte, mal encarado, que tapándonos la salida nos dice, ¡con que Gazaparullo, eh! Nos puso en fila a todos los chavales para que saliéramos y según íbamos atravesando la puerta, nos iba pegando una hostia al tiempo que decía ¡toma gazaparullo! No hubo forma de escapar a ese convite, y allí terminamos todos comulgando, sin haber oído misa, una tarde de Agosto. Al oficiante de la ceremonia le llamaban El Nene y era hijo del guarda. Pasado el tiempo, y ya mas mayorcitos, nos hicimos amigos del guarda y supimos que se llamaba Eugenio y nosotros le ofrecíamos tabaco, y algún que otro chatejo de vino y le gustaba que le llamáramos Sr. Eugenio. Mira que erais perros, nos decía. Yo creo que era el exceso de salud que teníamos, que había que gastarla de alguna forma.

Trasera de la calle Tremp en su límite con el Canalillo, el lugar exacto de la entrada a Casa Gorris donde el relato sitúa el encuentro con el hijo del guarda. A la izquierda, las alambradas y, al fondo, la puerta de acceso.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

Otra de las aventuras del verano también en el canalillo, era la búsqueda de pelotas que se caían por encima de las tapias de la Piscina Tritón en la calle Valls Ferrera, cuyo límite era el canal, todo lleno de zarzas, arboleda espesa, varas de mal huele, etc. La gente esperaba el final del día para a la salida ir en busca de la pelota que se les había colado. Tarea casi imposible para personas poco acostumbradas a andar por esos matorrales, que nosotros conocíamos como la palma de la mano. También había que saltar las alambradas de espino. Demasiado para unos chicos de ciudad.

El Canalillo en la vaguada que hoy ocupa el parque de Ofelia Nieto. Puede apreciarse la frondosidad que se menciona en el relato. Además, uno de los puentes disponibles para cruzar el Canalillo y, a la derecha, una de las puertas de acceso. Obsérvese igualmente, detrás del árbol, un capirote del viaje de agua de Amaniel.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

Un día a la semana, generalmente los lunes, llamábamos a los chicos del otro barrio y juntos emprendíamos la búsqueda de esos tesoros que no estaban al alcance de nosotros. Muchas veces jugábamos al fútbol con pelotas de trapo. Terminada la jornada con dos o tres pelotas de botín, llegaba la hora del reparto. Poníamos una raya en el suelo, y mediamos quince pasos, cogíamos cada uno una piedra lo mas lisa posible (de las que usábamos para jugar al palmo y dao), y la tirábamos por orden intentando conseguir que cayera lo más cerca posible de la raya, y se repartían los trofeos según el orden conseguido. Casi siempre ganábamos los mismos, y los del barrio de arriba estaban mosqueados y se empeñaron en que nos lo jugáramos a los montones, cosa que yo me negaba porque sabía que manejaban las cartas mejor que nosotros, y además sabían hacer trampas.

A propósito de estas discusiones por este negocio, un día el Pichi que era un pandillero del otro barrio empezó a calentarnos a los dos Jefes de Barrio, como ya lo había hecho en otras ocasiones, pero esta vez simulando un combate de Lucha libre Americana. Por un lado el Ufano, y del otro el Pocholo, este era yo. Empezaron a jalearnos todos los chavales, y ya harto del juego del Pichi, di un paso al frente, sacando pecho y dije ¡aquí hay uno! Cosa curiosa, el Ufano se achantó. Yo tenía las piernas temblando, pero nadie se dio cuenta. No veas como quedé y el respeto que gané en las dos bandas. Pasado el tiempo, siempre le he pedido a la vida que no me pusiera en situaciones violentas, y gracias a Dios, tengo ya 73 años y nunca las he tenido de importancia.

Terminados los juegos, los niños vuelven a sus casas por el borde del Canalillo.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

Hace poco pedí a uno de mis hijos que me acercara a mi teatro de operaciones, el Canalillo de mis 12 años, ya que ahora vivo fuera de Madrid. Bloques de apartamentos, carreteras, jardines, calles asfaltadas, no pude reconocer ningún paisaje amigo. Algo se rompió dentro de mí. Mi Canalillo, aquel amigo que estuvo presente en mi historia infantil había desaparecido, se me había ocultado. Mi casa era un terraplén. Paseé por las calles y no pude saludar a nadie. Me dieron ganas de llamar a las puertas de las casas para gritarles ¡Soy el Pocholo! ¿No os acordáis de mí?

Imagen de un tiempo y un escenario perdidos. Prácticamente irreconocible, se trata de la vaguada a continuación de la Avenida Pablo Iglesias, entre las calles Almirante Francisco Moreno y Camino de las Moreras. Por entre la arboleda, discurría el Canalillo. Al fondo se distingue la cúpula de las antiguas escuelas del Ave María de la c/ María Auxiliadora; a la izquierda, las casas de las calles Valle de Arán, Tremp, Pirineos (puede verse el torreón de la tristemente desaparecida Quinta El Mirador)... Enteramente, parece que fuera un pueblo, tal como se menciona en el relato.
(Foto: J. L. Berzal, entre 1950-60)

Pobre Canalillo, también tú sentirás nostalgia de los tiempos pasados. Si tuvieras alma seguro que te acordarías de nosotros que siempre tuvimos un rincón para ti muy importante en nuestro corazón. Siempre te quisimos. Al despedirme de mi barrio y de ti he derramado alguna lágrima, posiblemente todavía queda en mi cuerpo de hombre resto de tus aguas. Me hubiera gustado que fuera rodando hasta tu viejo caudal conocido. ¿Acaso me estoy volviendo loco con estos pensamientos? Es posible.

Algunos de los vestigios del Canalillo en la actualidad.
Arriba, a la izquierda, ría en el parque de Ofelia Nieto; a la derecha, el Canalillo en el cruce con la antigua carretera de la Dehesa.
Debajo, a la izquierda, casas del Canal detrás del Colegio de Huérfanos Ferroviarios; a la derecha, uno de los postes de la antigua alambrada en el paseo del Canalillo en plena Dehesa de la Villa.
(Fotos: A. Morato, 2010)


Este artículo ha sido seleccionado para su publicación en el número 13 de la revista digital La Gatera de la Villa.

3- Petirrojo europeo - Conoce las aves de la Dehesa de la Villa

12 de noviembre de 2012

Nueva entrega de la serie Conoce las aves de la Dehesa de la Villa.

Petirrojo europeo (Erithacus rubecula).
Pepe y Gonzalo Monedero

El Petirrojo es un paseriforme abundante en la Dehesa de la Villa durante el otoño e invierno, debido a la llegada masiva de ejemplares procedentes del centro y norte de Europa a la Península Ibérica, donde las condiciones son mucho más favorables que en sus hábitats de origen. No obstante se han observado algunos individuos en la época primaveral.

Es un ave de constitución rechoncha, sobre todo en invierno, cuando ahueca sus plumas para generar una capa de aire caliente en su interior. No presenta dimorfismo sexual entre machos y hembras. Su plumaje destaca por presentar una amplia mancha anaranjada que se extiende por la cara, la garganta y el pecho. El resto del plumaje resulta menos vistoso, presentando un color pardo verdoso con algunas tonalidades grisáceas en dorso y alas, y un color blancuzco en el vientre. Existe una leyenda que dice que en la crucifixión de Jesucristo, un petirrojo le quitó las espinas de la corona para aliviar su dolor y este es el motivo, según la leyenda, de que su pecho está manchado con la sangre de Jesús.

(Foto: G. Monedero; fotografiado en la Dehesa de la Villa, octubre-2012)

Se mueve habitualmente por el suelo en busca de insectos y, para cantar, se sitúa en las ramas altas de los árboles, tanto en otoño- invierno como en la época de reproducción. Es muy territorial tanto en la época reproductiva como en el otoño e invierno. En este último periodo, las parejas se separan y defienden territorios individuales.

Es un ave bastante confiada, lo que facilita que pueda ser observada con bastante facilidad y que desde siempre los petirrojos hayan sido trampeados con todo tipo de artes de caza en muchas zonas de España. De ahí que en algunas localidades se le conozca con apelativos relacionados con este carácter confiado (como tontito), y existan algunos dichos como por ejemplo “Eres más tonto que un pichi" (nombre con el que se conoce localmente al petirrojo en algunas zonas de Andalucia) o “Eres más confiado que un pichi“.

Es un ave básicamente insectívora, que consume hormigas, escarabajos y arañas. En otoño e invierno completa su dieta con frutos como moras, majuelas, etc, incluso puede alimentarse de bellotas partidas por otras aves como carboneros comunes.

Cría en cualquier tipo de bosque, campiñas, huertos, parques y jardines, en agujeros, tocones o grietas. El nido es construido por la hembra y se compone de abundante hojarasca, hierbas y musgo, con el interior tapizado de raicillas muy finas, pelo y plumas.


Serie Conoce las aves de la Dehesa de la Villa:
1 - Papamoscas cerrojillo
2 - Curruca capirotada
3 - Petirrojo europeo
4 - Lavandera blanca
5 - Mosquitero común
6 - Reyezuelo listado
7 - Golondrina común
8 - Vencejo común
9 - Pito Real
10 - Mochuelo europeo
11 - Cotorra argentina
12 - Mito
13 - Colirrojo tizón
14 - Verdecillo
15 - Mirlo común
16 - Carbonero garrapinos
17 - Herrerillo capuchino
18 - Paloma torcaz
19 - Gorrión común